miércoles, 20 de abril de 2011

EXISTENCIA Y DIOS - BLOGDELAFE21


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MISIÓN DE JESÚS. DISCIPULOS.


Cuestionamientos.





Es tan obstinado el odio temporal contra el cristianismo, que muchos de sus detractores se despliegan en grupos de ataque que van desde, la difamación contra la Sagrada Familia acusando de adulterio a María o fantaseando algún matrimonio con reyezuelos en distintas narraciones falsas con diferentes argumentos y protagonistas; hasta la aseveración de que Jesús aprendió técnicas secretas sobre procedimientos de resurrección en algunas comunidades judías y artes mágicas en Egipto. Varias infamias literarias atribuyen a Jesús distintas amantes y aun un linaje presente en la historia actual. Para algunos detractores Jesús “se apropió” de principios como el de amar a Dios y al prójimo, que “no son originales” porque fueron proclamados con anterioridad en Egipto y la India. Dan como probables sus viajes a la India y dicen que muchas de sus enseñanzas tienen una marcada influencia hindú, en especial de los Upanishad.

Relatos malignos logran dañar a personas moralmente débiles o inmaduras. El jefe de una asociación de ateos en EE.UU. lamenta no conocer otros detalles “picantes” del evangelio según san Marcos, al mencionar a un joven (seguramente Marcos) cubierto sólo por un lienzo- que deja para escapar desnudo- durante el apresamiento de Jesús.

Otros muestran la falta de coincidencia literal entre evangelios en algunos de los relatos sobre los mismos acontecimientos, acompañando esta actividad con la enumeración detallada de cuanto acto criminal pueda sospecharse o imputarse a sacerdotes y fieles cristianos. Creen poder señalar que en los evangelios hay discrepancias en los relatos sobre el hombre que predica el amor pero se comporta a veces muy poco afectuoso, ‘llegando a ser cruel con su madre y dejándose dominar por la ira con los mercaderes del Templo y maldiciendo a sus enemigos’. Tratan de distorsionar que Jesús ha llegado para cumplir su misión y que va haciéndolo saber cuando es necesario. Tratan de confundir o ignoran que las prevenciones de Jesús son sobre su Juicio ineludible y que nuestros pecados graves no pueden ser redimidos con sanciones temporales que preferiríamos.

Incurren en verdaderas simplezas atribuyendo a Jesús acciones violentas cuando aplica ejemplarmente la razón y justicia- en un caso excepcional- a sacrílegos duros de corazón. El Evangelio nos permite saber que Jesús desbalancea el equilibrio- que podría atraparnos- entre el bien y el mal propios de nuestra naturaleza humana en el mundo. Es nuestro Salvador quien nos ordena “que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34), y “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5,44). “Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin pedir nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 27:36).

Nuestro Señor Jesucristo para la salvación de toda la humanidad, con su Pasión, toma para sí toda condenación.



Para los anticristianos, la “historia” resulta ser cualquier inmundicia. Cuando reconocen a Jesús en la Historia es para difamarlo.

Algunos califican como insuficientes o dudosas las referencias históricas durante el siglo I y tampoco aceptan como testimonios confiables los evangelios y epístolas del Nuevo Testamento. Esta es una decisión intelectual como puede ser la del ateísmo o la de cuestionar la divinidad de Jesús.

“La Biblia nos presenta el mensaje de salvación que Dios ha querido comunicarnos. En ella encontramos verdades de fe, acontecimientos históricos relacionados con la salvación, promesas de Dios y sus exigencias morales, que nos muestra las obras realizadas por Dios para llevar a los seres humanos a la intimidad con Él y a la salvación eterna.

No significa esto que Dios “dictó” a cada autor su parte. En efecto, cada autor tiene su propia manera de expresarse, sus características especiales de pensamiento y de lenguaje, además de su idioma específico. En ese sentido, entonces, el Autor principal de la Biblia es Dios mismo, y los escritores actuaron como instrumentos de Dios. La Biblia es Palabra de Dios” homilia.org/.


Somos la creación de Dios. Su Palabra nos conduce a la Vida Eterna.

El 4 de marzo de 2007 se presentó por televisión en EE.UU. un documental sobre 10 osarios antiguos descubiertos en un suburbio de Jerusalén en 1980. Ya 11 años atrás la BBC de Londres había producido un documental con el mismo argumento que asegura que los osarios podrían contener los restos de Jesús, de un hijo suyo llamado Judas, y de la Virgen María. Amos Kloner, uno de los más destacados arqueólogos israelíes (en 1980 supervisó oficialmente las excavaciones de la tumba), definió la película como “una farsa publicitaria”. Señaló que la nueva producción de Discovery Channel es un renovado intento de crear controversia en el mundo cristiano, sin ninguna prueba, por parte personas que ni siquiera son arqueólogos. Fueron halladas más de 70 tumbas con osarios de las mismas características y con nombres similares inscritos que eran muy comunes en la era del Segundo Templo. Por supuesto, la mentira para la TV está acompañada de inútiles análisis de ADN mitocondrial.

Algunos detractores dicen que la vida y milagros de Jesús presentan todas las características de los mitos conocidos entre los pueblos del Mediterráneo y que el apóstol Pablo hizo que los seguidores de Jesús adoptaran el mito mediterráneo del hombre-dios (como se consideraban a Krishna, Athis, Mitra, Osiris, etc.) que moría por los hombres para luego resucitar. Y que de esta forma el fracaso del Jesús histórico que muere ajusticiado se transforma en el triunfo de un Cristo resucitado.

Sobre los mitos- para el caso- el único ejemplo interesante por su coincidencia histórica, es el del mitraísmo.

Mitra un dios de la luz solar, de origen persa corresponde a una creencia pagana adoptada en el imperio romano. Se conservan diversas esculturas, en su mayor parte del siglo II. Se lo representa como un hombre joven, con un gorro frigio, matando con sus manos un toro (taurobolio) de cuya sangre fluye vida eterna.

Hasta lograr la conversión de Constantino a la verdadera fe cristiana, con el esfuerzo que demanda a los Apologistas y Padres de la Iglesia su evangelización, el mitraísmo compite en popularidad con el cristianismo. No es necesaria ninguna explicación académica para entender la conversión general al cristianismo. Basta recordar las creencias y prácticas rituales del culto a Mitra dios solar. Aun Heliogábalo (Marco Aurelio Antonio, emperador romano desde 218 hasta 222 d. J. C.) sumo sacerdote del dios solar de Emesa (no el emperador Marco Aurelio 161- 180, filósofo estoico, durante cuyo reinado fue condenado a muerte San Justino), practicaba las castraciones sacerdotales, históricamente precedidas y continuadas por los sacrificios al dios Mitra de apariencia humana que se representa “degollando a un toro, mientras un perro que corresponde a la constelación de Sirio bebe su sangre de vida eterna, una serpiente astral devora la médula de la bestia y de sus testículos bebe semen el escorpión de la constelación que lleva su nombre. Los mitraístas se organizaban en pequeñas comunidades religiosas, compuestas sólo por varones que adoraban a Mitra como el dios que trae la luz y, por tanto, la salvación de los hombres” (Historia Nacional Geographic número 24).

Por los hallazgos arqueológicos se sabe que es una religión aceptada por los romanos en el año 62 a J.C. que fue contemporánea del cristianismo hasta el siglo IV. Los textos más antiguos encontrados acerca del mitraísmo datan del siglo II, siendo tardíos respecto a los del Nuevo Testamento, por lo que la hipótesis de que algún relato evangélico pueda tener origen en el mitraísmo no tiene fundamento historiográfico. Los documentos existentes demuestran que el mitraísmo adaptó algunos relatos del cristianismo mientras coexistieron, haciendo aparecer a Mitra también como víctima y como luz para la salvación eterna., nacido de una roca pero además de una virgen.


Hablemos de luz en el cristianismo. La luz solar era asimilada en el mundo pagano como luz divina. En la teología cristiana definitivamente desde el principio se entiende a la luz divina como espiritual (Evangelio según san Juan 1).

San Gregorio de Nisa en su predicación sobre la fe cristiana, también se refiere a la materia y nuestra percepción según el plan de Dios. Sus enseñanzas y las de otros Padres de la Iglesia a través de varios Concilios, constituyen el claro antecedente dogmático sobre la virginidad de María.


El Santo Padre Pablo IV declaró en 1555 que la Santísima Virgen María permaneció «virgen antes del parto, en el parto y por siempre después del parto» (Pablo IV, Const. Cum quorundam, 7-VIII-1555). Pero no fue milagrosa solamente la concepción del Hijo de Dios, sino que también lo fue el parto, pues a la manera como un rayo de luz atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo, nació nuestro Señor Jesucristo, permaneciendo virgen su Madre (Jesús Martínez García, Ed. Rialp, Madrid 1992, en “Hablemos de la Fe. 10- La Virgen María”) .

El Nacimiento de Jesucristo fue milagroso. Por lo tanto, no quebrantó su virginidad, antes la consagró (Vaticano II, Lumen Gentium) porque el Señor Niño salió de su Purísimo seno como un rayo de sol traspasa un cristal, sin romperlo ni mancharlo, afirmaron Padres y doctores, expresión que quedó para siempre al asumirla el Catecismo de San Pío X, y así lo proclama la Liturgia (lex orandi, lex credendi; la ley de la oración es la ley de la fe): “Sicut sidus radium, profert virgo filium, pari forma” (Como un rayo del cielo, de manera semejante, da a luz la virgen al Hijo). Jorge Sernani Panópulos en “María Santísima es la Virgen perfecta y perpetua” publicado por Catholic.net Inc.


Por supuesto, los Padres hablan de la Omnipotencia divina alejados de controversias cientificistas, y ajustan la declaración anterior diferenciando esta luz material en nuestra temporalidad, de la luz de Dios como espiritualidad infinita.

Luego de hablar Jesús- a los discípulos- del Reino de Dios: “Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó*, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante**, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: ‘Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: ‘Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle.’ Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.” Evangelio según san Lucas 9, 28-36.

(Notas sobre la Transfiguración de Jesús. * “Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.” Mt 17, 2; ** “y sus vestidos se volvieron resplandecientes” Mc 9, 3).


No hubo tiempo para que se desarrolle un mito desde la crucifixión y resurrecciòn de Jesucristo. Una leyenda no reemplaza a los hechos mientras la mayoría de sus observadores permanecen vivos.

( ) Los milagros descritos en los evangelios no son frívolos, ostentosos o fantásticos, como en leyendas y mitos. En el Evangelio, los milagros siempre son para gloria de Dios y en respuesta a una necesidad humana legítima.
(“Without a Doubt: answering the 20 toughest faith questions”, Kenneth Richards Simples, BakerBooks, GrandRapids, Michigan, 2004. Bitácora de Ronald y Ligia Mennickent.)


“A través de la lectura de los evangelios, resulta patente que la cruz de Jesús no puede aislarse de su vida. Su pasión es el culmen de una existencia, marcada por la total entrega a hacer presente el Reino de Dios en este mundo injusto. Esta consagración al Reino de Dios de palabra y obra, ha provocado el entusiasmo de unos pocos y el odio, cada vez más encarnizado y creciente de sus adversarios, que le arrastró finalmente a la muerte. Jesús no fue un monje confinado en una cueva (un esenio de Qumrán), ni un hombre relegado en el desierto (Juan Bautista); él actuó y predicó en público, abiertamente, en las casas, en el campo, en el templo y en la sinagoga. Su actividad no pasó desapercibida, sino que fue observada y espiada. Y muy pronto encontró la oposición frontal de los poderes religioso-políticos de su tiempo. Jesús contaba con la posibilidad de una muerte y muerte violenta.

Los grupos religiosos de su tiempo estaban permanentemente a su acecho. Los mismos escribas reconocían que Jesús hablaba y enseñaba con autoridad sin tener en cuenta la condición de las personas (Lc 20,21). A pesar del enorme prestigio que gozaban entre el pueblo -la dignidad de los herederos de los profetas-, Jesús les echó en cara que imponían cargas insoportables al pueblo y que le cerraban el reino de los cielos (Lc 11,45-52). Y al pueblo le recomendaba que se librase de su levadura (Lc 20,45-47). A los fariseos, que tan profundamente despreciaban a la gente sencilla, que motejaban como "pueblo de la tierra" (am-ha-arets), y le arrebataban no sólo el pan, sino el consuelo de la mesa de Dios, les dirigió profundos reproches y los invitó a la conversión (Lc 11,37-44). Esta audacia, que nacía soberanamente de su filiación divina y de su amor al hombre, viva imagen de Dios, le condujo a la muerte (Mc 3,6). Los herodianos se asocian a los fariseos, para preguntarle capciosamente acerca del tributo al César (Mc 12,13), una de las acusaciones en la pasión (Lc 22,2). También Herodes Antipas quiso matar a Jesús (Lc 13,31-33)”
(cmfapostolado.org/recursos/pgapostolado/palamisi/html/html3/Tema07.htm.


“Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (Mc 3, 6).

Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf Mt 12, 24; perdón de los pecados, cf Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf Mc 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de/pureza de la/Ley, cf/Mc/7, 14/23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, cf Mc 2, 14-17) Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20).” Catecismo de la Iglesia Católica, 574.


“El cerco de sus adversarios se iba estrechando, y los evangelios hablan de un complot bien organizado contra Jesús (Mc 14 1; Mt 26,3-5; Lc 22,1-2), y que acaba con su detención, un juicio sumarísimo nocturno, y entrega a Pilato para que lo ejecutara.

Jesús presagiaba una muerte de carácter violento. El viene a anunciar e implantar el Reino de Dios; pero su lealtad le va a ocasionar esta muerte. Jesús no la rehúye, ni rebaja las exigencias de su mensaje ni claudica ante las amenazas recibidas. Sigue fiel, a pesar de que se va quedando cada vez más solo e incomprendido en su tarea. Su muerte en cruz sellará definitivamente una vida de entrega incondicional a la misión, recibida del Padre” (cmfapostolado.org/recursos/pgapostolado/palamisi/html/html3/Tema07.htm).


“La flagelación romana era un horrible martirio. Desnudo completamente el delincuente, se lo ataba, a una columna de la altura del hombre y se lo azotaba sin compasión por cuatro verdugos, sin límite en el número de golpes; el instrumento de la flagelación solía ser el azote o la correa. El azote se hacía de cuero, y a menudo iba provisto de aguijones y de trocitos de hueso en forma de cubos, de botoncitos metálicos o de bolitas esféricas. Cuentan de los mártires de Esmirna (act. Izmir), que se les descarnaba hasta que aparecían los tendones y las redes vasculares, de suerte que se les podía apreciar la estructura interior del cuerpo. Filón, con otros muchos escritores, refieren que a menudo los flagelados desfallecían y venían a morir (Schuster-Holzammer)”.

“Los soldados escarnecen a Jesús. Han oído que acusaban a Jesús de que quería proclamarse rey y hacen una parodia, presentándolo como rey de burla.

Le ponen un jirón de púrpura por manto, una corona de espinas como otro tormento intenso, y una caña- con la que lo herían en la cabeza- por cetro y doblan su rodilla ante él abofeteándolo, escupiéndolo, injuriándolo.

Quedó de tal suerte desfigurado Jesucristo después de aquellos primeros tormentos, que no tenía aspecto de hombre. Y creyendo Pilatos que la presencia de Jesús movería a compasión a la multitud, lo hace salir afuera y, presentándolo al pueblo, dice: ‘Aquí tenéis al hombre’. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo!

Pilatos, sin pretenderlo, dijo con estas palabras una gran verdad. Jesucristo, que es verdadero Dios, es también hombre y modelo perfecto para todos los hombres. La perfección moral del hombre no consiste en otra cosa más que en la imitación de Jesús” (Rvdo. Enrique y Tarancón).


La muerte en la cruz la emplearon en gran escala los romanos como el suplicio más cruel y denigrante que existía.

Era la pena que sufrían los esclavos y criminales. Era costumbre desnudar a los crucificados para así aumentar su humillación.

En el suelo, se les clavaban los brazos al palo transversal de la cruz, que ellos mismos habían llevado hasta el lugar del suplicio. Los clavos se introducían próximos a las manos entre los dos huesos de cada antebrazo. Cuando los brazos estaban clavados, se izaba a los condenados con sogas para colocar el palo horizontal sobre el vertical ya hundido en la tierra. Se clavaban entonces los pies, introduciendo el clavo entre los huesos de los tobillos. La permanencia de los clavos, en todas las perforaciones contra nervios principales, provocaba dolores indescriptibles. Finalmente, se clavaba la tablilla de acusaciones en lo alto de la cruz. A veces los crucificados eran amarrados con cuerdas. La cruz no era esbelta. Era corta y los pies quedaban a muy poca distancia del suelo. Entre las piernas una especie de saliente en el madero sostenía el cuerpo, que quedaba apenas sentado. Se trataba así de evitar que el crucificado se desplomara, para prolongar lo más posible su sufrimiento. Muchos crucificados permanecían varios días agonizando en la cruz rodeados de aves de rapiña y animales salvajes. La insoportable posición de todo el cuerpo iba dificultando cada vez más la respiración y generalmente la muerte de los crucificados sobrevenía por asfixia. Jesús murió en horas por la terrible flagelación que le habían infligido (P. José María Vigil).


Jesús- que se entregó a la Pasión por nosotros- cuando alcanza todo el sufrimiento posible, ruega al Papá (Abba) con angustia pero sin desesperación:

“¡Dios mío, Dios mío! (¡Elì, Elì!) ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46).

Los discípulos están enormemente conmocionados luego de ver lacerar el cuerpo de Jesús en un suplicio espantoso.

Lo que motiva- históricamente decimos como un recurso lógico- la reacción de los desalentados, acongojados y dubitativos discípulos de Jesús es su resurrección. Este acontecimiento extraordinario los decide, ya sin dudas, a llevar el Evangelio a todo el mundo conocido.

La Resurrección de nuestro Señor tiene absoluta coherencia con las Sagradas Escrituras.

La verdad de la Resurrección con la presencia y la palabra de Jesús y la llegada del Espíritu Santo, explican porque los discípulos, superando cualquier temor, deciden afrontar penurias, acusaciones infamantes y persecuciones despiadadas.


“Por los evangelios vemos que la vida de Jesús acaba en fracaso: los discípulos dejan solo al Maestro ante su Pasión, lo abandonan y huyen. Con la muerte de Jesús parece terminar su historia, y con su sepultura se cierran definitivamente su pretensión y tantas expectativas mesiánicas en él depositadas. Según la creencia judía Dios había condenado a un blasfemo, y maldecido con la ignominia de la cruz a un usurpador. Su muerte en cruz aparecía como un castigo definitivo infligido por Dios. Todo parecía, en fin, concluido y clausurado. Los discípulos de Emaús son exponentes de tan amarga decepción: "Nosotros esperábamos que sería él el liberador..." (Lc 24,21). La esperanza se había marchitado. En la dispersión y abandono acabaron los secuaces de Teudas (Hch 5,36) y de Judas el Galileo (v.37), cabecillas judíos de por entonces. Pero no fue así el desenlace final de nuestra historia. De repente comienzan los discípulos a proclamar a Jesús. Unos hombres, hasta hace poco atemorizados, desde siempre "iletrados"(Hch 4,13), actúan de una manera inaudita. Tres señales pueden serles reconocidas: tienen coraje para hablar, aguante para soportar, y alegría por sufrir en el nombre de Jesús. Predican con un atrevimiento rayano en la audacia, frente al pueblo y las autoridades religiosas de su tiempo (y así hasta hoy...). No silencian el hecho escandaloso de la cruz, sino que lo proclaman como sabiduría y poder de Dios, aunque resulte escándalo para los judíos y locura para los paganos (cf.1 Cor 1,22-24). ¿Por qué?

¿Qué sucedió? Algo extraordinario ocurre al margen de cualquier intento humano de explicación satisfactoria. La dinámica que presentan los evangelios, brevemente expuesta, es la siguiente. Un acontecimiento especial ha sucedido en Jesús con la resurrección. El Resucitado se encuentra con los discípulos mediante las apariciones. La consecuencia es el renacimiento de la fe y la misión de los discípulos. Hay que insistir en que lo primero es que algo, previamente, ha acontecido en el mismo Jesús; y este es el principio y causa de que cambien los discípulos. Es un renacimiento lleno de contrastes, que va diametralmente en contra de las expectativas humanas, psicológicas y sociales. No es posible explicar que de una persona muerta y enterrada se levante un grupo de hombres comprometidos. Tampoco puede entenderse el radical cambio operado sobre la cruz: lo que era motivo de vergüenza, ahora es objeto de adoración. ¿Cómo de la desesperanza creció la esperanza, de la dispersión la comunión, del abatimiento el empuje? No hay ninguna otra respuesta convincente. La única explicación es la que ofrece el NT: Jesús ha resucitado. Hay que decir que la Iglesia cristiana nace aquí "ontológicamente" (por designio de Dios): "Verdaderamente ha resucitado el Señor" (Lc 24,34). Y a la luz de la resurrección, los discípulos pueden ver y entender el misterioso designio de Dios, presente en la vida y muerte de Jesús, que son ahora interpretadas salvíficamente”
(cmfapostolado.org/recursos/pgapostolado/palamisi/html/html3/Tema07.htm).


Hechos de los Apóstoles presenta a dirigentes judíos como enemigos de los Apóstoles, no incluyendo de forma tan clara a los romanos.

Es obra de un autor que nunca menciona su propio nombre aunque indica que es un compañero de Pablo. Selecciona cuidadosamente sus materiales con un propósito claro: promover la historia de la Iglesia. Se atribuye la autoría a Lucas.

Hechos finaliza bruscamente con el comienzo del cautiverio de Pablo en Roma, hacia el año 60.

Aunque Hechos de los Apóstoles relata el martirio del diácono Esteban y del apóstol Santiago el de Zebedeo, no menciona el de Santiago el “hermano de Jesús”, que tuvo lugar en el año 62 y constituiría un argumento más para presentar a los dirigentes judíos como enemigos, de quienes siguieron a Jesús, exculpando a los romanos.

No menciona la muerte de Pablo en los años 60 y tampoco la de Pedro durante las persecuciones de Nerón entre 62 y 67.





HISTORIADORES – CRISTO HISTÒRICO.










(En todos los párrafos se precisan sus autores y fuentes)


HISTORIADORES -


- Cornelio Tácito: Historiador Romano.

- Suetonio: Historiador Romano.

- Flavio Joséfo (ben Matatias): Historiador Judío.


Para demostrar la historicidad de Cristo, son suficientes las pruebas documentales con testimonios judíos (Josefo, el Talmud con reservas); romanos (Tácito, Plinio el joven) y las más importantes: los Evangelios y las Epístolas (especialmente de Pablo).

Los evangelios contienen muchos datos cronológicos precisos. En Lucas 3: 1-2 se lee como introducción al inicio del ministerio de Jesús: “Era el año quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio Pilato era gobernador de Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes”. El año quince de Tiberio viene a ser el año 28 o 29 después de Cristo.

Hay muchos más documentos antiguos, que de cualquier otro personaje judío del siglo I, que respaldan la existencia histórica de Jesús. Nadie duda por ejemplo, de la existencia de Judas el Galileo (el rebelde del año 6), solo por el hecho de que sea Josefo el único que lo mencione brevemente (sin contar la referencia en el libro de los Hechos 5: 37).

Según cuenta Armand Puig (un especialista de la Biblia), cuando alguien en la Universidad de Jerusalén quiere explicar el siglo I judío, entre las fuentes existentes de primera mano y contemporáneas de ese siglo se emplean los evangelios canónicos cristianos. Indudablemente se consulta a Flavio Josefo, pero también los evangelios del NT. Sucede que el judaísmo del siglo I tiene poquísimos textos contemporáneos, y esto debido en parte a la gran destrucción sufrida cuando la rebelión del 66-70. Por esta razón, tampoco existen más testimonios extrabíblicos contemporáneos sobre Jesús y los primeros cristianos.


CORNELIO TÁCITO-.

(Aprox. 55 d. J. C.- 120).

Historiador romano; en el año 112 D. C. fue gobernador de Asia (actual Turquía), y yerno de Julio Agrícola que fue gobernador de Bretaña entre los años 80-84 D. C.

Al escribir sobre el reinado de Nerón, Tácito se refiere a la muerte de Cristo y a la existencia de los cristianos en Roma.

No menciona el nombre de Jesús porque usa el término griego Cristo, con el que más se había popularizado Jesús en el ámbito grecolatino. El Cristo que menciona situando su muerte bajo el gobierno de Pilato en Judea, no puede ser otro que el Cristo de los cristianos, Jesús.

Tácito hace una amplia referencia al cristianismo en un fragmento de sus Historias. Annais XV. 44:

“Pero nada del alivio que pudiera provenir del hombre, ninguno de los dones que pudiera impartir el príncipe, ni los muchos sacrificios expiatorios que pudieran ser presentados a los dioses, podrían haber tenido valor para disculpar a Nerón de la infamia que significaba el que se le creyera ser el que había ordenado la conflagración, el incendio de Roma.

Por tanto, para suprimir el rumor, él cargó falsamente a las personas comúnmente llamadas cristianos con la culpa, y los castigó con las más rebuscadas torturas, atrayendo sobre ellos el aborrecimiento de todos por sus iniquidades.

Cristo, el fundador del nombre fue ajusticiado por Poncio Pilato, procurador de Judea en el reino de Tiberio: pero la superstición perniciosa, reprimida por un tiempo, volvió a hacer irrupción, no solamente a través de Judea, donde tuvo su origen este error, sino también por toda la ciudad de Roma.”

Otra traducción interpetra el texto- del libro XV, Cap. 44 - como sigue:

“Nerón buscó un chivo expiatorio e inflingió las más diabólicas torturas a un grupo de personas ya odiadas por la gente debido a sus crímenes. Esta era la secta conocida como cristianos. Su fundador, un Cristus, había sido ejecutado por el procurador Poncio Pilatos en el reinado de Tiberio. Esto frenó la abominable superstición por un tiempo, pero surgió otra vez y se esparció, no únicamente a través de Judea, donde se originó, sino incluso en Roma misma, la gran reserva y tierra labrada para todo tipo de depravación y obscenidad. Aquéllos que confesaban ser cristianos eran arrestados de inmediato, y en su testimonio una gran multitud de personas fueron convictas, no tanto por el cargo de incendio sino de hostilidad ante la raza humana en su totalidad.” (Traducción de D.R. Dudley)


Parece que este testimonio proviene de una fuente documental; no aporta un argot técnico como dicunt o ferunt, que tienda a pensar que transmita noticias aportadas por otros. Su estilo, no laudatorio, sino despreciativo refleja la opinión más común que tenía un romano de la época. Tácito relaciona el cristianismo con Cristo, crucificado por Poncio Pilato, y señala el tiempo del emperador Tiberio (feyrazon.org/DanExtrabib.html).

Al analizar con detenimiento el pasaje de Annales, libro XV, cap. 44, se notará que Tácito tenía un marcado odio y prejuicio contra los cristianos (al igual que contra los judíos, tal como se comprueba al leer otra de sus obras, “Historias”, Libro IV). A los cristianos los acusa de “odiar a la humanidad” (la misma acusación que hace a los judíos) y les atribuye “abominaciones” que no especifica, pero que sin duda es un eco de las leyendas que surgieron en torno a los primeros cristianos sobre prácticas de canibalismo e incesto. Es innegable pues que esta información que Tácito acopia en su obra, la toma de otros autores e informantes paganos o judíos helenizados, todos enemigos del cristianismo y que por ningún motivo pudieron ser informes provenientes de los mismos cristianos. Eso sería un absurdo. De modo que la información sobre Cristo que muere ejecutado bajo la procuraduría de Poncio Pilato (lo cual reduce la fecha a solo un lapso de 10 años, 26-36 d. de C.), es reproducida como cierta por Tácito y no es creíble que la haya tomado de boca de los cristianos.

Tácito, cuando ejerció como procónsul del Asia (actual Turquía), sin duda tuvo causas similares contra los cristianos como las tratadas por Plinio el Joven (en la provincia de Bitinia en la costa sur del Mar Negro). Ambos desempeñaron casi simultáneamente esos cargos públicos en zonas cercanas (Plinio entre los años 111 y 113, y Tácito entre 112 y 117, aproximadamente) y eran amigos. Plinio el Joven, Gobernador de Bitinia en Asia Menor, escribió (112 D. C.) al emperador Trajano pidiéndole consejo respecto de cómo tratar a los cristianos. No menciona detalles como la muerte de Cristo bajo la gobernación de Pilato, así que Tácito no pudo basar su pasaje- de Annales XV: 44- en esa carta.

No aparece posible que Tácito haya tomado los datos de los archivos imperiales, porque los romanos no llevaban un recuento oficial del gran número de crucifixiones que perpetraban a lo largo del imperio.

Seguramente se basa en otras obras históricas ya perdidas, como las de Plinio el Viejo (aprox. 23 d. J. C.- 79, naturalista y escritor latino, tío de Plinio el Joven); no se descarta también la posibilidad que haya leído a Flavio Josefo, quien como ya es sabido, no era cristiano ni simpatizante de los cristianos (el Testimonium Flavianum merece por cierto un análisis minucioso). Plinio el Viejo estuvo en Palestina durante la guerra del 66-70 y sus obras históricas son la fuente predilecta de Tácito, quien lo menciona explícitamente más veces que a cualquier otro autor.

En los Annales existen varias citas de la obra de Plinio el Viejo (era un gran polígrafo y escribió muchas obras), aunque sin mencionar sus títulos. Asi lo sostiene D. Rops, autor de “Jesús en su tiempo” (1960) "¿Por qué los contemporáneos no dijeron nada de Jesús?" y “Las fuentes de la vida de Jesús” (1963).

Examinando el libro XIII 20 y el libro XVI 53, por el contexto (reinado de Nerón), es indudable que Tácito se refiere a la Historia de su Tiempo- en 31 libros- obra donde Plinio relata sucesos del reinado de Nerón hasta Vespasiano. Esta obra se ha perdido, al igual que el resto de sus escritos, con excepción de su “Historia Natural” que Tácito menciona en sus Annales.

Tácito usa como fuentes las obras de otros autores latinos y griegos, además de memorias de algunos emperadores, biografías, etc. Se vale también de testimonios de testigos presenciales (obviamente para los sucesos inmediatos a su época); es probable que no revisara los archivos imperiales, por lo difícil que era su acceso. Incurre en algunos errores mínimos, como el de llamar a Pilato Procurador y no Prefecto. En 1961, un arqueólogo italiano llamado Antonio Frova descubrió un fragmento de una placa que fue usada para una sección de escaleras que conducían al teatro de Cesarea. La inscripción, escrita en latín, contenía la frase "Poncio Pilato, Prefecto de Judea, ha dedicado al pueblo de Cesarea un templo en honor de Tiberio".

Se ha determinado que Pilato fue el último gobernador de Judea que usó el título de Prefecto, y que sus sucesores usaron el de Procurador, de modo que quizás por costumbre Tácito aplicó ese título a Pilato (en sus obras históricas menciona a algunos procuradores posteriores a Pilato, como a Fèlix, que es también mencionado en el Libro de Hechos de los apóstoles). Este error de Tácito es similar a aquel en que incurre Josefo cuando en un pasaje de las Antigüedades generaliza y llama a todos los gobernadores romanos de Judea “procuradores”. No es porque Josefo ignore los títulos sino que lo hace por comodidad. No corresponde otorgar mayor trascendencia al error de Tácito.

Tácito cuando se refiere al reinado de Tiberio, no menciona todas las revueltas judías que Josefo menciona bajo la prefectura de Pilato. El hecho que Tácito no mencione esos episodios no significa que la historia de Josefo sea falsa. Simplemente solo menciona los hechos que considera relevantes, por eso su testimonio de Cristo que muere crucificado bajo Pilato es una prueba contundente de la historicidad de Jesús.

Hay que tener presente que una gran parte de las obras históricas y documentos de los escritores del siglo I se han perdido. Lo cierto es que ha llegado hasta nosotros una parte mínima de ellos; el resto se perdió debido a los estragos del tiempo o del hombre mismo.

En sus inicios el cristianismo era solo una pequeña secta marginal del despreciado judaísmo, circunscrito a Judea (en el NT solo se registran dos salidas de Jesús fuera del territorio judío, la primera cuando aún niño viaja a Egipto, y la segunda cuando ya adulto llega a predicar a Tiro y Sidón). Estas circunstancias hacen comprensible el “silencio” de los escritores de esa época. En ese tiempo es lógica esa falta de interés sobre un predicador de cuna humilde execrado por las autoridades sacerdotales y políticas de su país, alguien que no tenía intenciones políticas y que nunca significó un peligro potencial para las autoridades romanas ni movilizó ejércitos en su contra, un hombre que fue crucificado como un vil criminal (la forma más humillante de morir en ese entonces). Un predicador así tan oscuro y marginal no cautivaba la atención de los historiadores latinos, griegos y persas para que lo mencionasen y le dedicasen espacio en sus escritos. Para todos los griegos y latinos, el resto del mundo eran "bárbaros"; a no ser que alguno de esos sabios "bárbaros" visitara Grecia y Roma y asimilara su cultura.

Durante la época en que el cristianismo estuvo perseguido y fuera de la ley, fue prohibida toda mención escrita sobre Cristo y los cristianos. Los romanos aplicaban un castigo llamado “damnatio memoriae” o maldición de su memoria, sobre individuos cuya memoria era aborrecida, como ocurrió en su momento con los emperadores Nerón y Domiciano. Consistía en borrar toda mención del nombre de la víctima, tanto de los anales oficiales como de los monumentos (estelas, placas recordatorias, etc.) amén de la destrucción de sus estatuas y todo tipo de recordatorio. Ello explicaría en parte la escasez de información arqueológica y documental sobre Cristo en los primeros tiempos del cristianismo.

Las copias más antiguas que se conservan de los Annales son de la Edad Media. Debe tenerse en cuenta que no solo esa obra, sino prácticamente todos los clásicos de la antigüedad se conservan por intermedio de copias realizadas en el medioevo.

Sobre los códices de la obra histórica de Tácito (Annales e Historias), los manuscritos más antiguos son dos y se conservan hoy en la Biblioteca Laurentiana de Florencia: el llamado Mediceus I del siglo IX (6 primeros libros de Annales) y el Mediceus alter o II del siglo XI (libros 11 al 16 de Annales e Historias).

Que los Annales no haya sido una obra mencionada a lo largo de mil años, se entiende porque no gozó siempre de la misma fama que ahora tiene. Los apologistas cristianos no veían como digno de ser tomado en cuenta este pasaje minúsculo de Tácito sobre Cristo, que mencionaba cosas muy básicas como la sentencia a muerte por Pilato bajo Tiberio. Tácito era particularmente detestado por los escritores cristianos de esos siglos y por tanto imposible que lo citaran. Los autores cristianos de los siglos II al IV no lo mencionan por la animadversión que sentían hacia Tácito por su ideología ferozmente anticristiana. Anticristianismo notorio que se comprueba al leer sus comentarios acerca de los cristianos. Ese relato de Tácito es un ataque a los cristianos a quienes acusa de “practicar abominaciones” y de “odio a la humanidad”.

En el siglo III la obra tacitiana fue olvidada. Luego en el siglo IV algunos autores la redescubrieron y trataron de imitarla, como Amiano Marcelino, Sulpicio Severo y Orosio (Crescente López de Juan). Mientras que Sulpicio Severo copió pasajes de Annales de Tácito, prácticamente ninguno de sus contemporáneos lo menciona. No se encuentran más menciones sobre Tácito hasta el siglo IX cuando es citado por un monje de Fulda, llamado Rudolf. Será en el Renacimiento cuando el conocimiento de Tácito se generalizará, ayudando a ello su difusión impresa (la imprenta se inventó en el siglo XV). Hasta entonces los ejemplares- escritos a mano- eran escasísimos y difícilmente llegaban a todos los interesados.

Tácito ha sido verificado en cuanto al relato del incendio de Roma, que también es aludido por otro historiador romano, Suetonio. Para referirse a habladurías o comentarios anónimos, Tácito suele utilizar una expresión técnica que traducida del latín se lee como “rumores” o “fama”. En el caso de lo dicho sobre Cristo y su muerte, al no usar alguna de esas expresiones, se deduce que obtuvo informaciòn de un documento de segunda mano (es decir de otro historiador).

Está determinado (confesión de parte incluida), que la mayor parte de la información que acopia en su obra procede de las obras de otros historiadores o de memorias de personajes. Se entiende que no mencione la fuente de donde tomó las precisiones sobre Cristo, pues no era esa su costumbre ni la de sus colegas contemporáneos (a diferencia de un historiador moderno, quien siempre debe mencionar sus fuentes).

Solo en algunos contados episodios de los Annales, Tácito menciona su fuente, por ejemplo: la “Germania” de Plinio el Viejo, obra ya perdida, y las “Memorias” de Agripina la Menor, igualmente perdida. Estas menciones solo las hace cuando está en desacuerdo con dichas fuentes o cuando quiere demostrar que sobre un determinado juicio histórico hay posiciones disímiles. Tácito tendría sobrado motivo para no dudar respecto a la información que dispone sobre Cristo, y por lo tanto no cita la fuente.

Tàcito concretamente escribe que Cristo fue un judío ajusticiado por malhechor bajo el gobierno del gobernador Poncio Pilato. Fue autor de un nuevo movimiento religioso nacido en Judea, cuyos seguidores se llamaban, en referencia al nombre del fundador "cristianos" y eran ya conocidos en Roma durante el reinado de Nerón.

Bibliografía: existe una buena traducción al castellano de los Annales: “Cornelio Tácito: Anales”. Traducción, prólogo y notas de Crescente López de Juan. Libro de Bolsillo. Alianza Editorial, S. A. Madrid 1993. En el prólogo se explica las fuentes, la lengua, el estilo, y el valor histórico de esta obra. Texto anterior de “Historiadores”- en negrita cursiva- de Álvaro Arditi S. Chiara G.


PLINIO EL JOVEN.-

(61 ò 62 d. J. C.- aprox. 114). Sobrino de Plinio el Viejo. Abogado y escritor latino, autor de “Epístolas”, importante documento sobre su época.


Hacia el año 112, Plinio el Joven, legado imperial en las provincias de Bitinia y del Ponto (situadas en la actual Turquía) escribió una carta al emperador Trajano para preguntarle qué debía hacer con los cristianos, a muchos de los cuales había mandado ejecutar. En esa carta menciona tres veces a Cristo a propósito de los cristianos. En la tercera oportunidad dice que los cristianos "afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a un dios" (Daniel Iglesias Grézes en un resumen de un escrito inédito del Pbro. Dr. Miguel Barriola).


Eran tantos los que sufrían la muerte que él se preguntaba si debería continuar matando a todo el que se revelase como cristiano, o si debería matar solamente a algunos. Explicó que había hecho que los cristianos se inclinasen ante las estatuas de Trajano. En la misma carta prosigue contando de la gente sometida a juicio que:

“Afirmaban, sin embargo, que toda su culpa, o error, consistía en que tenían el hábito de reunirse en cierto día fijo antes de que amaneciera, y que allí cantaban en versos alternados un himno a Cristo como a un Dios, y que se sometían a un juramento solemne, y no a hechos malvados de ninguna clase, sino mas bien a nunca cometer fraude, robo, adulterio, a nunca falsear su palabra, ni a negar algo que se les hubiera confiado cuando fueran llamados a dar cuenta de ello. Epístolas X. 96 (Lic. Eduardo Cruz en foro Kimniekan: ¿Existiò Cristo?).


“Esta carta que nos informa sobre los cristianos del Asia Menor de principios del siglo II es un testimonio valiosísimo sobre la expansión del movimiento cristiano en esa temprana época. Si bien no es una información directa sobre Cristo, sin embargo Plinio no duda de su existencia; no desvincula el cristianismo de la creencia en Cristo como un personaje histórico. Considera a Cristo como un hombre pero al que los cristianos le rinden un culto divino o semidivino. La alusión a Cristo adorado como Dios tiene valor para demostrar la antigüedad de esta convicción cristiana.” Álvaro Arditi S. Chiara G.


TITO FLAVIO JOSEFO.-

(Aprox. 37 d. J. C. – 100)

Historiador Judío Fariseo. Fue comandante de las fuerzas judías en Galilea. Después de ser capturado, fue anexado al cuartel general de los romanos. Como protegido de los emperadores flavios-el último de los cuales, Domiciano, desencadenó otra persecución contra los cristianos-Josefo evitaría referirse extensamente a estos.

Muy probablemente los pasajes donde habla sobre Jesús fueron retocados, mas no interpolados totalmente (Álvaro Arditi S. Chiara G.).


El historiador judío Tito Flavio Josefo, del siglo I, se refirió a Jesús en dos pasajes de sus Antiquitates judaicae. El primero de ellos es el llamado Testimonium Flavianum.

El texto de Antigüedades XVIII.33, 63-64 escrito en el 94/95 d.C., recibido dice lo siguiente: "Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre; porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los príncipes responsables de entre los nuestros, Pilato lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día de nuevo vivo: los profetas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos que de él toma nombre." (Daniel Iglesias Grèzes, como resumen de un escrito inédito del Pbro. Dr. Miguel Barriola).


El texto ha sido muy estudiado y hoy se acepta que contiene indudables interpolaciones cristianas; pero la misma crítica, aun la más seria y radical, afirma que contiene un núcleo histórico que procede del mismo Flavio Josefo (feyrazon.org/DanExtrabib.html).


“La afirmación de que Jesús era un «hombre sabio» es josefina. La expresión, tiene paralelos en el mismo Josefo (Ant. XVIII, 2,7; X, 11,2). Resulta auténtico el relato de la muerte de Jesús. Se menciona la responsabilidad de los saduceos en la misma —un argumento exculpatorio común en autores judíos hasta el siglo actual— y se descarga la culpa inherente a la orden de ejecución sobre Pilato, algo que ningún evangelista estaría dispuesto a afirmar de forma tan tajante, pero que sería lógico en un fariseo y más si no simpatizaba con los cristianos y se sentía inclinado a presentarlos desfavorablemente ante un público romano.

La referencia a los saduceos como «los primeros entre nosotros» encaja perfectamente con el estilo del Josefo de las Antigüedades en discrepancia con el de la Guerra de los Judíos, que nunca emplea el pronombre de primera persona.

La referencia a los cristianos como « tribu » (algo no necesariamente peyorativo) también armoniza con las expresiones josefinas (Guerra III, 8, 3; VII, 8, 6) aunque habría sido descartado ciertamente por un interpolador cristiano.

Resumiendo: se puede afirmar que resulta muy posible que Josefo incluyera en las Antigüedades una referencia a Jesús como un «hombre sabio», cuya muerte, instada por los saduceos, fue ejecutada por Pilato, y cuyos seguidores seguían existiendo hasta la fecha en que Josefo escribía.

Josefo parece obligado a hacer una referencia a las pretensiones mesiánicas de Jesús, para explicar que a sus seguidores se les denomina «cristianos».

CONCLUSIÓN: El cuadro acerca de Jesús que Josefo reflejó originariamente pudo ser muy similar al que señalamos a continuación:

Jesús era un hombre sabio, que atrajo en pos de si a mucha gente, si bien la misma estaba guiada más por un gusto hacia lo novedoso (o espectacular) que por una disposición profunda hacia la verdad. Se decía que era el Mesías y, presumiblemente por ello, los miembros de la clase sacerdotal decidieron deshacerse de él entregándolo a Pilato, que lo crucificó. Ahora bien, el movimiento no terminó ahí, porque los seguidores del ejecutado, llamados cristianos en virtud de las pretensiones mesiánicas de su maestro, dijeron que se les había aparecido. De hecho, en el año 62, un hermano de Jesús, llamado Santiago, fue ejecutado por Anano, si bien, en esta ocasión, la muerte no contó con el apoyo de los ocupantes sino que tuvo lugar aprovechando de un vacío de poder romano en la región. Tampoco esta muerte había conseguido acabar con el movimiento. Cuando Josefo escribía, existían seguidores de Jesús” (D. César Vidal Manzanares).


Josefo refiriéndose a Santiago “el hermano de Jesús”, en Antigüedades XX 9:1 describe las acciones del sumo sacerdote Ananus: “Pero el más joven Ananus, que como dijimos recibió el sumo sacerdocio, era de disposición atrevida y excepcionalmente osado, siguió el partido de los Saduceos, que son los más severos en el juicio entre todos los judíos, como ya lo hemos demostrado. Como Ananus fuese de tal disposición, pensó que ahora tenía una buena oportunidad, como Festo estaba ahora muerto, y Albino estaba todavía en camino; así que reunió un concilio de jueces, y trajo ante éste al hermano de Jesús el así llamado Cristo, cuyo nombre era Jacobo (Sanct’ Iagus, San Jacobo) junto con algunos otros, y habiéndoles acusado de infractores de la ley, los entregó para que fuesen apedreados.”


“El hecho de que Josefo hablara en Antigüedades XX 9:1, de Santiago como 'hermano de Jesús llamado Mesías', una referencia tan magra y neutral que no podría haber surgido de un interpolador cristiano, hace pensar que había hecho referencia a Jesús previamente. Esa referencia anterior acerca de Jesús sería la de Antigüedades XVIII 33.

Esta última cita, es prueba de que existió esa cita anterior más extensa sobre Jesús (la del texto retocado). Cuando Josefo menciona a Jesús como hermano de Jacobo, no da más detalles sobre él, lo cual sería inconcebible en un historiador, pues los lectores se quedarían intrigados sobre la relevancia de ese tal Jesús para que sea citado de ese modo. De modo que está justificada la existencia del pasaje más extenso que explicaba previamente sobre Jesús, aunque nos ha llegado modificado. Sin duda no diría que Jesùs era el Mesías pues está bien determinado que Josefo no fue cristiano.

Hay unanimidad hoy en día en negar la conversión de Josefo, como lo hizo Orígenes en 'Contra Celso I, 47; Comentario sobre Mateo X, 17'. No hay posibilidad de que Josefo creyera en Jesús como Mesías. Por ello, el pasaje tal como nos ha llegado, no pudo salir de su pluma. Seguramente fue una nota injuriosa (Schürer, 1987) que resultó suprimida y/o retocada por un copista cristiano ofendido por la misma" (D. César Vidal).


“Josefo menciona también a muchos personajes del Nuevo Testamento como Pilato, los Herodes, Juan el Bautista, Jacobo (Santiago) el hermano de Jesús, Anás y Caifás, y si bien esto no prueba directamente la historicidad de Cristo, sí prueba la confiabilidad histórica del relato neotestamentario. Josefo solo relata hechos judíos o que tuvieran como actores a judíos importantes y no menciona algunos episodios del reinado de Nerón (como la persecución contra los cristianos en Roma). Además según él, en su época todo el mundo conocía muy bien esos hechos. Josefo se cuidaba de mencionar a los cristianos, ya en su mayorìa de origen gentil, cuando Domiciano inició otra persecución. Los seguidores de Cristo se hacían llamar “cristianos” (según Hechos de los Apóstoles, por lo menos desde el 40 d. de C. en Antioquía).” Álvaro Arditi S. Chiara G.


SUETONIO.-

(Fines del S. I – S. II, probablemente 75-160).


Gayo Suetonio Tranquilo, historiador latino, escribió acerca de los cristianos (o más bien en contra de ellos). Como oficial de la corte en tiempos de Adriano, fue escritor de los anales de la Casa Imperial.


Hacia el año 120 escribió una obra llamada "Sobre la vida de los Césares". En el libro dedicado al emperador Claudio (años 41-54 d. J. C.), Suetonio escribe que Claudio "expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto". La expulsión de los judíos de Roma por orden de Claudio se menciona también en los Hechos de los Apóstoles (18,2). Si bien Suetonio no menciona a Cristo (o al menos a Jesucristo, ya que el Crestos que menciona es muy improbable que se trate del Cristo de los cristianos), al menos su referencia sobre los cristianos bajo el reinado de Nerón (30 años después de la crucifixión de Cristo) prueba que el movimiento cristiano ya se había extendido por entonces hasta la capital del imperio. (Daniel Iglesias Grèzes, en un resumen de un escrito del Pbro. Dr. Miguel Barriola).


“Judaeos, impulsore Chresto, assidue tumultuantes (Claudius) Roma expulit" (Claudio, xxv). Que traducido al castellano diría: “los judíos, instigados por Chresto, ocasionaron tumultos en Roma siendo expulsados por Claudio.


La alusión en el libro “Vida de Claudio” 25.4, es muy ambigua al no poderse determinar quien era en realidad el tal Chresto (mientras que la cita de Tácito es muy clara y con detalles). También escribió: “El castigo ordenado por Nerón recayó sobre los cristianos, una clase de hombres entregados a una superstición nueva y perjudicial” (‘Vidas de los césares’ 26.2).

Suetonio relata el incendio de Roma. No menciona a los cristianos relacionándolos con el incendio, pero sí situándolos bajo el reinado de Nerón. “Se persiguió bajo pena de muerte a los cristianos, secta de hombres que seguían una superstición moderna y maléfica” (Nerón, XVI).

En esa época había muchos “Cristos” judíos, tal como cuenta Josefo en su obra, pero la actuación de aquellos falsos mesías se reducía solo a Judea y- según Josefo- tenían mayormente connotación política. No hay constancia de movimientos judíos mesiánicos- ajenos al cristianismo- que actuaran a lo largo del imperio. En la época en que los cristianos eran perseguidos por Nerón, estalló la rebelión judía del 66-70, con toda la secuela antijudía que trajo ese suceso y las medidas que se implantaron para evitar otra rebelión de esa magnitud” (Álvaro Arditi S. Chiara G.).




EVANGELIO- Historicidad –














(Los párrafos que no corresponden a la autoría de blogdelafe son señalados precisando sus fuentes)


El Evangelio es la sobrenaturaleza divina manifestándose en la naturaleza. En su máxima expresión posible: con Dios hecho hombre. La verdad de la Santísima Trinidad nos llega con Jesús. El Verbo, el Hijo encarnado, Kyrios: Jesucristo.

De los griegos que buscan a Dios en el Antiguo Testamento, y los judíos helenistas que encuentran sabiduría también en la filosofía de aquellos, se llega al Evangelio para culminar en la revelación de la Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Toda la sobrenaturaleza del Hijo y el Espíritu revelada en un minúsculo tramo de la historia, que se cumple ante unas pocas personas en apenas un punto geográfico, pero que reconcilia a Dios y toda la Humanidad. Aun los que no creyeron serán iluminados y los que se resistieron verán su soberbia doblegada por el Amor.

Pablo habla de Cristo Jesús como se le manifiesta. Su fe en Jesucristo comienza en su camino a Damasco. Pablo no es testigo presencial de la vida temporal de Jesucristo sino que se le aparece resucitado. Del tiempo y vida de Jesús recibe directamente el testimonio de Pedro y otros testigos, además del conocimiento personal que obtiene en Jerusalén de estos extraordinarios acontecimientos, cuya trascendencia - al principio- entienden unos pocos.

Pablo es un hombre culto, un judío fariseo. Tiene una formación religiosa esmerada, no es un individuo supersticioso. Comienza su apostolado apenas transcurridos tres o cuatro años desde la crucifixión y resurrección de Cristo Jesús. Y veinte años después sus Epístolas ya presentan toda la teología y la fe cristiana.

En sus Epístolas Pablo nos ofrece la Revelación de Dios como su Evangelio.

Es indudable la historicidad del Cristo de la fe paulina. Si de las Epístolas se eliminaran las menciones de Cristo Jesús resucitado, carecerían de sentido.


“Esto puede ser demostrado empíricamente afirmando que todos y cada uno de los detalles en san Pablo convergen hacia Jesucristo, y ello de tal modo que, ‘sin’ Jesucristo, su enseñanza se vuelve totalmente incomprensible, tanto en conjunto como en detalle.(Aciprensa. F. Prat. Transcrito por Donald J. Boon. Traducido por J. Moreno-Dávila).


M. A. Fuentes citando a Juan de Maldonado, explica en Catholic. Net, “que Jesús es Emmanuel (Is 7, 14) porque es Dios con nosotros. ‘Hijo de Dios’ (Lc 1, 35). Yehoshuah. ‘Yahvéh salva’ (Mt 1,21-23). Muchos llevaron el nombre de Jesús, pero Pablo habla de Jesucristo crucificado y resucitado.

Pablo en sus Epístolas habla de Cristo Encarnado, de Jesús que experimentó la muerte y la venció. ‘El Mesías murió’ (1 Cor 15,3-16); ‘predicamos un Mesías crucificado’ (1 Cor 1,23)”.


Pablo habla de la Resurrección de Cristo encarnado. Pablo llama por su nombre a Cristo Jesús. Nadie puede, con auténtica honestidad intelectual, imaginar a Pablo refiriéndose a un ser celestial resucitando en un ámbito mítico ni a la resurrección de un espíritu sin cuerpo. De ninguna manera hablaría de Cristo Resucitado si no hubiera sido hombre.

Pablo es absolutamente contemporáneo de Jesús, Cristo Resucitado, no de un personaje mitológico en una dimensión fantástica. No se trata de una profecía paulina de resurrección. Jesucristo es la perfección del Hijo humanado. Pablo lo nombra como ya resucitado y “viniendo” a cumplir en el futuro- con su Parusía- todas las profecías mesiánicas. Queda por realizarse la era mesiánica. Aunque de manera individual la Parusía empieza a cumplirse al morir cada uno y con cada juicio particular. Extremando esta interpretación, “ para H. Dodd, (en ‘La predicación apostólica y sus desarrollos’, Madrid, 1974), se trata de un encuentro de la persona individual con Dios al término de su existencia. De acuerdo a su análisis nada se opone a considerar la historia como un proceso indefinido y abierto. ( )

Como fiel cristiano el teólogo Manuel Lacunza (1731-1801) en ‘La Venida del Mesías en Gloria y Majestad’ reconoce, que Cristo es el centro del proceso histórico universal y reitera la creencia cristiana en las dos venidas, subrayando que ante el incumplimiento de ciertas promesas fundamentales es necesario aguardar de la segunda venida el pleno cumplimiento. Para Lacunza, la era mesiánica tendrá lugar efectivo en el futuro.” (“Historia y escatología”, Fredy Parra. Pontificia Universidad Católica de Chile).


“Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús. Os decimos esto como la Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1 Tesalonicenses 4,13-16).
“En lo que se refiere al tiempo y al momento hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando digan: ‘Paz y seguridad’, entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta; y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación. Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él. Por esto, confortaos mutuamente y edificaos los unos a los otros, como ya lo hacéis” (Nota de la Biblia de Jerusalén: ‘Velando o durmiendo’ significa también aquí ‘vivos o muertos’, como en 4; todos los fieles participarán en la salvación final.) 1 Tesalonicenses 5,1-11.


El Evangelio según San Pablo es el que vivieron con Jesús los Discípulos y los Doce y también es la revelación personal- de Jesucristo resucitado- a ellos y a Pablo.

El “último de los Apóstoles” ignora o puede ignorar detalles o aun íntegramente algunos sucesos protagonizados por Jesús. No relativiza su predicación que no lo llame “Hijo del hombre”, ni que deje de mencionar milagros y a Judas como traidor. El les habla también a quienes ya conocen la vida de Jesús. Las Epístolas del primer siglo están dirigidas a cristianos o comunidades cristianas organizadas que ya conocen la Vida y Pasión de Jesús. Estas cartas no tienen un propósito biográfico o histórico sobre Jesús, desde su nacimiento en Belén hasta su muerte en la cruz. Contienen sólo algunas alusiones espontáneas sobre el Jesús terrenal, cuya historia dan por conocida, y proporcionan una enseñanza teológica al mismo tiempo que las directivas necesarias para esas comunidades.

Una carencia que confunde a algunos comentaristas de las Epístolas y detractores modernos de la fe cristiana, es la de no comprender que no hay tiempo en la sobrenaturaleza (en general no aceptan sobrenaturaleza alguna). Simplemente no entienden que la fe cristiana identifica a Jesús con el Hijo en la eternidad. Por principio: Cristo Jesús existe desde la eternidad del Padre. Cristo Jesús existe desde siempre pero se encarna en el tiempo. Aunque Jesucristo se encuentra con su cuerpo glorioso en el seno de la Trinidad, resucitó en el tiempo.

La eternidad- para decirlo con énfasis- “irrumpe” en el tiempo, con Cristo humanado y el Espíritu Santo. Un misterio que, en parte como abstracción pero fundamentalmente con la fe, llega a nuestra parcial comprensión. El tiempo como tal nunca es eternidad.

El tiempo y espacio con todas las nociones inteligibles y todo lo sensible, es idea de Dios para formar cada individualidad en nuestra existencia.

Ninguna potencia en la marcha del cosmos, está por encima del gobierno de Cristo.


Cristo Kyrios, Hijo, Imagen del Padre, tiene asumido en sí todo el Pléroma, es decir toda la plenitud del Ser (B. de J.).

La filosofía griega encuentra que un orden necesario, inteligible e impersonal rige el universo. Las cosas suceden de acuerdo con su esencia o naturaleza. Tal orden puede ser descubierto por el hombre en el uso de su palabra. Es decir, que la ley (logos) que rige el mundo y el logos como razón-palabra, son un mismo logos. El ser existe y es imposible que no exista. Hasta aquí no corresponde al Dios trascendente judío.
El logos griego, fuerza cósmica impersonal, presenta entonces tantos enigmas y dificultades lógicas como hoy la teoría del “Big Bang” y las varias que se formulan sobre evoluciones naturales.

Luego de su encuentro con el Antiguo Testamento, frente al Evangelio, la pregunta de la filosofía griega se centra en quién es Cristo.


“La Palabra (Verbo), siempre ha existido junto a Dios. Por ella todo fue creado.

Y la Palabra se hizo carne (Jn 1, 14).

En una cristología descendente: Cristo preexistía como Dios y se encarnó.

El Hijo unigénito de Dios, Dios con nosotros (Emmanuel), es el Hijo que él envió y que en todo hace Su voluntad, porque el Padre y Jesús son uno: el Padre está en él y él en el Padre.

La fe de la Iglesia responderá que Cristo (el Logos y el alma de Jesús) es uno
y el mismo (concilio de Efeso), verdadero Dios (consubstancial con el Padre, como había dicho Nicea) y verdadero hombre (con alma humana, en Constantinopla I).

Puesto esto, el concilio de Calcedonia definirá en el año 451: una persona en dos naturalezas, divina y humana, sin mezcla ni separación. Esta unión de lo humano y lo divino es la verdadera encarnación. Y gracias a ella nos salva. Porque sólo Dios (la unión con él) salva, pero, para eso, todo lo que va a ser salvado (todo el hombre) tiene que ser asumido.

Afirmar el 'sin separación' entre lo divino y lo humano que en Cristo están unidos para siempre, da sentido a la vida y al trabajo del hombre, aquel sentido que sólo Dios puede dar. Así impulsa a trabajar por el hermano transformando el mundo.

¿Cómo se puede entender la Trinidad si no es desde Cristo? ¿Cómo se puede entender a Cristo sino como Hijo de Dios, enviado por el Padre en el Espíritu Santo?

Es el hijo de José, descendiente de David, según las profecías, pero que nace de una Virgen por obra del Espíritu Santo. Es el Hijo de Dios.

Encarnación y creación. Todo fue creado por Cristo, en él y para él. Dios quiere que él tenga la primacía en todo.

Gracias a la Encarnación, el hombre Cristo Jesús es el único mediador. Todas las mediaciones del Antiguo Testamento culminan en él. La Iglesia y los sacramentos son continuación de su mediación. La Virgen María es causa también de su Encarnación y resplandor de ella.

En la cristología ascendente Jesús es exaltado a la diestra del Padre, quien lo resucita mediante su Espíritu, y lo constituye Señor e ‘Hijo de Dios’ (título mesiánico), con poder. Por la resurrección Jesús ha pasado de la carne al espíritu.

Definitivamente Jesús resucitado es el Señor (Kyrios, título dado a Yahweh en la traducción de los setenta. Los judíos de los dos últimos siglos a.C. empezaron a dirigirse a Dios utilizando el término absoluto Kyrios junto al arameo Mareh/Marja y el hebreo Adón. G. Iammarrone), ante quien se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos. Cristo Kyrios, Hijo, Imagen del Padre, tiene asumido en sí todo el Pléroma, es decir toda la plenitud del Ser. Para ser esto así en la escatología, necesita de alguna manera haberlo sido en la protología, al principio. Cristo es el Hijo que preexistía y que fue enviado por el Padre a nacer de mujer” (Sergio Zañartu, s. j. en Revista Católica 101).
Jesús resucitado queda identificado con el Kyrios por el que todos somos, y merece ser llamado “Hijo de Dios” como en la eternidad. (El título debió tener su origen, no en el judaísmo helenista, sino en el palestino, donde se empezó a invocar a Jesús Mesías como Señor:(Mareh Jeshua Meschiha = Kyrios Jesous Cristos. G. Iammarrone).


Romanos 1; 1-7: Pablo siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios *con poder, según el Espíritu de santidad , por su resurrección de entre los muertos *, Jesucristo Señor muestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo (* El Espíritu Santo es el que lo ha vuelto a la vida, constituyéndolo en su glorioso estado de ‘Kyrios’, que merece por nuevo título, el mesiánico, su nombre eterno de ‘Hijo de Dios’. Biblia de Jerusalén ).


Citamos algunos párrafos (en cursiva simple y negrita)- sobre las Epístolas de Pablo- de Álvaro S. Chiara G. en el foro ‘Kimniekan/ ¿Existió Cristo?’:

“En Gálatas 1:18, incluso menciona a Santiago como el ‘hermano del Señor’. ( ) En cuanto a la Cena del Señor de 1 Cor. 11. 23-26, dice: “la misma noche que el Señor Jesús fue traicionado”. ( ) También en 1 Cor. 15:4-6 menciona la muerte, sepultura y la resurrección de Jesús al tercer día, y su aparición a más de 500 hermanos, así como a Santiago y a los demás apóstoles. Al margen de que algunos crean o no en la resurrección, el hecho que Pablo mencione a estos testigos prueba que se refería a un Cristo real, que había vivido terrenalmente (‘como un ser de carne y hueso’)”.
Es evidente que Pablo habla del Jesús histórico ¿En cuál otro ámbito que el temporal, Jesucristo podría estar resucitado para los testigos?

“Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó vuestra fe es vana:( )” 1 Corintios 15:12-19.

Pablo habla de Jesucristo como hombre de existencia real, muerto y resucitado, y lo identifica con el Hijo de Dios. Se refiere a nuestra resurrección como a la resurrección de Cristo de entre los muertos.


Debemos diferenciar los relatos de ficción de aquellos que tienen intención biográfica o histórica.

Los personajes de las fábulas de Esopo y La Fontaine se refieren a ficciones con animales de carne y hueso que hablan y se comportan como humanamente racionales, en un ámbito de fantasía. Dentro de la ficción se acepta que son animales que razonan como seres humanos.

Los relatos de ficción pueden referirse a personajes que se suponen como los seres de existencia real o solamente como entes de imaginación y aun quiméricos.

Pablo se refiere a Jesús de existencia real humana y lo identifica como Cristo eterno que se le aparece resucitado.

Quien quiera puede dudar de la existencia histórica de Jesús y de que sea Hijo de Dios.

Lo que no tiene sentido es suponer a Pablo escribiendo un relato sobre Jesucristo como si fuera un personaje de ficción. Pablo presenta a Jesús como un hombre de existencia real que es el Hijo de Dios encarnado en este mundo- para nuestra salvación eterna- que murió en la cruz y resucitó.

Obviamente, los ateos y quienes no son cristianos pueden no creerlo, pero Pablo se refiere en sus Epístolas a la realidad natural y sobrenatural. Temporal y eterna.

Lo contundente es que Pablo y todos los apóstoles, en los textos de sus epístolas, no hablan de la salvación de seres pertenecientes a un ámbito mítico sino de la Salvación de nosotros seres humanos que nos encontramos en el tiempo y espacio.

En un libelo publicado en 1999 se replantean, sin ningún esfuerzo adicional, algunas antiguas conjeturas sobre la historicidad de Jesucristo. El autor se complace en afirmar las supuestas falsedades de los evangelios que quedarían probadas por las coincidencias con textos del Antiguo Testamento. Es decir que se vale de ediciones de la Biblia y otros textos sobre las Sagradas Escrituras, como los de la Biblia de Jerusalén, para elegir referencias eruditas sobre la verdad del Evangelio como si fueran pruebas de alguna falsedad. Pretende hacer aparecer como fraude el cumplimiento de lo anunciado por los Profetas. Esta herramienta sofista también es empleada por el dirigente jefe de una asociación atea en EE.UU.

Sobre las profecías del Antiguo Testamento se entiende que, en los relatos evangélicos los autores están atentos a los sucesos que fueron profetizados y es posible alguna diferencia.


(La inspiración divina que creen los cristianos no significa que el escritor o hagiógrafo entre en una especie de trance y que vaya escribiendo de manera mimética o robótica lo que le dicta Dios. Cuando se dice que un escrito está inspirado significa que contiene la verdad revelada dentro del orden de la Salvación, nada más. Álvaro S. Chiara G.).


“En el Evangelio las predicciones de la pasión de Jesucristo han sufrido retoques redaccionales por parte de la comunidad, pero resulta imposible no admitir un núcleo sustancialmente histórico. No está legitimado sostener que todas fueran profecías ex eventu, es decir, formulaciones hechas por la Iglesia primitiva tras los acontecimientos de la pasión y resurrección. Históricamente se puede afirmar que Jesús previó y anunció su pasión y su muerte. El se veía amenazado constantemente y no se le podía ocultar el desenlace de su vida. La predicción más antigua, que se remonta al Jesús histórico, se encuentra en Mc 9,31: "Dios entregará el Hijo del hombre a los hombres". Críticamente analizada muestra la forma típica de hablar de Jesús: el pasivo divino, el carácter misterioso y el juego de palabras <>” (cmfapostolado.org/recursos/pgapostolado/palamisi/html/html3/Tema07.htm).


Los evangelios son relatos de la vida de Jesús y no simples resúmenes de una sabiduría arcana, crónicas triunfales de un personaje, o relatos inventados para hacer las delicias de los lectores. Los evangelios no son, por tanto, fantasías literarias ni novelas históricas ni historia en el sentido científico del término. Son biografías que se concentran en la identidad global del personaje principal, Jesús: se basan en las fuentes a disposición y hacen hablar al protagonista relatando lo que dijo y lo que hizo, y no cayendo en la digresión o los comentarios personales o la descripción de tipo psicológico. (Del teólogo Armand Puig en “Los evangelios. ¿Historia o ficción?”, para “Selecciones del Reader’s Digest”, Diciembre 2006).


“ Los tres primeros libros canónicos que narran la “Buena Noticia” (Evangelio) traída por Jesucristo, pueden ponerse en columnas paralelas presentando tales semejanzas que pueden abarcarse “con una sola mirada”: de ahí su nombre de “Sinópticos”. Mateo escribió en Palestina para judíos convertidos al cristianismo, en “lengua hebrea”, es decir en arameo, luego traducido al griego. Marcos, asistente de Pablo e “intérprete” de Pedro, redactó en griego la catequesis de este último. Lucas escribió en griego un evangelio que podría apoyarse en la autoridad de Pablo.
( ) Es probable una tradición oral común, pero las semejanzas tan numerosas y llamativas, exceden las posibilidades de la memoria, por lo que se acepta una tradición escrita única o múltiple. A la vez los evangelistas se corrigen mutuamente. “Los evangelios no fueron concebidos o inventados de la nada a partir del año 60 ó 70, obviamente existen fuentes anteriores. Las fuentes orales o escritas no han sido determinadas, pero es seguro que existieron. Se conservaron el recuerdo de los dichos y hechos de Jesús el Cristo, a partir de aquellos que lo conocieron y escucharon personalmente (A. S. Chiara G.). ”


( ) La crítica moderna ha formulado la teoría de las Dos Fuentes: una de ellas seria Marcos y de alguna otra fuente también se habrían servido Mateo y Lucas.
( ) El supuesto de la fuente Q (por quelle en alemán) no satisface, al menos tal como se la presenta. El documento que de este modo tratan de restituir recibe de los diversos investigadores formas demasiado diferentes para conseguir una identidad definida o incluso simplemente probable.
( ) Es una ilusión pretender dar al problema sinóptico una solución simple.
( ) De todos modos, el origen apostólico, directo o indirecto, y la génesis literaria de los tres sinópticos justifican su valor histórico, permitiéndonos además apreciar cómo debemos entenderlos. Derivados de una predicación oral que se remonta a los orígenes de una comunidad primitiva, tienen en su base la garantía de testigos oculares. Indudablemente ni los apóstoles ni los demás predicadores y narradores evangélicos trataron de hacer historia en el sentido técnico de esta palabra; su propósito era menos profano y más teológico; hablaron para convertir y edificar, para inculcar e ilustrar la fe, para defenderla contra los adversarios. Pero lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos y controlables, exigidos tanto por la probidad de su conciencia como por el afán de no dar pie a refutaciones hostiles. ( ) Y si los tres sinópticos no son “libros de historia” no es menos cierto que no tratan de ofrecer nada que no sea histórico” (Biblia de Jerusalén).


Pablo (aunque contemporáneo absoluto) no encontró a Jesús en Su vida temporal (se le apareció Jesucristo resucitado); Pablo escribe tan de oídas como aquellos evangelistas que no fueron testigos oculares (Pablo directamente de Jesucristo y de testigos; y los redactores de los evangelios definitivos de testigos- con su tradición oral y escrita- y además por “inspiración” divina como la verdad revelada “dentro del orden de la Salvación”).

Hasta ahora conocemos unas pocas evidencias históricas extra bíblicas de Su existencia, y los cristianos contamos principalmente con los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas, Juan, Pedro y Pablo, por los que sabemos sobre el Hijo sobrenatural de Dios que para su naturaleza humana se encarnó en María, y que murió y resucitó para salvarnos.

La historia de Jesús es cierta. Varios religiosos (tal como antes de su conversión pensaría Pablo) se sintieron justificados al denunciar a Jesús porque lo vieron como a un blasfemo que pretendía ocupar el lugar de Dios.

Pablo explica que desde la muerte y resurrección de Jesús, todos los apóstoles y otros predicadores-testigos oculares o cuando menos personajes históricos contemporáneos- afirman su vida y estos acontecimientos. Él también desde su milagrosa conversión. Pablo menciona reiteradamente la vida terrenal de Jesús, además de cumplir con su enseñanza teológica y de historia sagrada.


La crítica no reconoce actualmente la autoría de Pablo de ciertas epístolas (como la 2° a Timoteo y la carta a los Hebreos), e incluso existe una que otra cita que según su contexto pueda ser considerada una interpolación (como la de 1° a los tesalonicenses 2:15-16), pero aparte de ello las demás citas son claras y contundentes, y no admiten ninguna duda.
Existen epístolas sobre las cuales no hay la menor duda que sean totalmente de la autoría del apóstol de los gentiles, y de entre ellas se pueden espigar estos datos de Cristo que no nos dejan la menor duda de que se refieran a un ser terrenal:
1.- Nació de mujer bajo la Ley (Ga 4,4).
2.- De la estirpe de David (Rm 1.3).
3.- Tenía hermanos, y uno se llamaba Santiago (1 Co 9,5; Ga 1,19).
4.- De gran dulzura y afectuosidad (1 Co 10,1).
5.- Fue traicionado (1 Co 11,23).
6.- Crucificado por los príncipes del mundo (1 Co 2,8).
7.- Cenó con sus discípulos la víspera de morir (1 Co 11,23-25).
8.- Bendijo el pan y el vino (1 Co 11,23-25).
9.- Fue muerto y sepultado. Resucitó al tercer día (1 Co 15,4).
10.- Se apareció a Cefas, a los 12, a 500 hermanos y a Santiago (1 Co 15,5-8).
A. S. Chiara G.


A estas menciones que hace Pablo sobre la vida temporal de Jesús puede agregarse la comentada de 1 Tesalonicenses.

11.- ( ) habéis sufrido de vuestros compatriotas las mismas cosas que ellos de parte de los judíos; éstos son los que dieron muerte al Señor ( ), (1 Tesalonicenses 2,14-16).

Podemos leer en 1 Tesalonicenses 2,14-16: “Porque vosotros, hermanos, habéis seguido el ejemplo de las Iglesias de Dios que están en Judea, en Cristo Jesús, pues también vosotros habéis sufrido de vuestros compatriotas las mismas cosas que ellos de parte de los judíos; éstos son los que dieron muerte al Señor y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres, impidiéndonos predicar a los gentiles para que se salven; así van colmando constantemente la medida de sus pecados; pero la Cólera irrumpe sobre ellos con vehemencia.” (Nota de la Biblia de Jerusalén: Pablo solamente se enfrenta con los adversarios de su misión. Recordará a menudo las grandezas del pueblo elegido y no escatimará esfuerzos para estrechar la unidad entre los cristianos venidos de la gentilidad y los nacidos en Israel).
“A propósito de los sufrimientos infligidos a los cristianos de Tesalónica por sus compatriotas, Pablo recuerda que las Iglesias de Judea habían sufrido la misma suerte por parte de los judíos y entonces los acusa de una serie de fechorías: ‘han matado al Señor Jesús y a los profetas, nos han perseguido’; la frase pasa luego del pasado al presente; ‘no agradan a Dios y se oponen a todos los hombres, nos impiden predicar a los gentiles para que se salven’. Por el hecho de que los judíos ponen obstáculos a la predicación cristiana dirigida a los gentiles, dice que ‘se oponen a todos los hombres’ y que ‘no agradan a Dios’. Los judíos del tiempo de Pablo, al oponerse por todos los medios a la predicación cristiana, se muestran también solidarios con aquellos entre sus padres que mataron a los profetas y con aquellos entre sus hermanos que pidieron la condena a muerte de Jesús. Las fórmulas de Pablo colocadas en su contexto, no se refieren más que a los judíos que se oponen a la predicación a los paganos y, por ende, a la salvación de estos últimos. En cuanto cese esta oposición, cesa también la acusación.” (Entre comillas desde Nota de la B. de J., textos de www.libreriaeditricevaticana.com).


El antijudaísmo se apropia de las palabras de Pablo falseándolas con un sentido globalizador, para atribuir la culpabilidad de la muerte de Jesús a todos los judíos sin distinción. Es enorme el sufrimiento que causó la expresión ‘pueblo deicida’. Pablo ama a su pueblo. No deja de sentirse orgulloso de su origen judío (Rom 11,1). Refiriéndose al tiempo que precedió a su conversión, declara: " Yo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres " (Gál 1,14). Ya como apóstol de Cristo, dice aún a propósito de sus rivales: “ ¿Son hebreos? ¡Yo también! ¿Israelitas? ¡Yo también! ¿De la descendencia de Abrahán? ¡Yo también! (2 Cor 11,22)”. Les llama: " mis hermanos, mis parientes según la carne " (Rom 9,3). En su convicción de que el evangelio de Cristo es " una fuerza de Dios, para la salvación de todo creyente, en primer lugar del judío " (Rom 1,16)”.


Pablo había expresado ocasionalmente vigorosas reacciones defensivas. Sobre la oposición de los judíos, había escrito: " De los judíos, he recibido cinco veces cuarenta menos un [golpes] " (cf. Dt 25,3); (poco después anota que ha tenido que hacer frente a peligros que le venían tanto de sus hermanos de raza como de los gentiles) (2 Cor 11,24.26). Recordando estos hechos dolorosos, Pablo no hace ningún comentario. Estaba dispuesto a " participar en los sufrimientos de Cristo " (Flp 3,10). Pero lo que provocaba una reacción más viva de su parte eran los obstáculos puestos por los judíos a su apostolado entre los gentiles. En Primera a los Tesalonicenses (2,14-16), estos versículos son tan contrarios a la actitud habitual de Pablo hacia los judíos que se ha intentado demostrar que no eran de él o atenuar su vigor. Pero la unanimidad de los manuscritos hace imposible su exclusión ( ) vatican.va .


“Finalmente, todos tenemos culpa por la muerte de Jesús Redentor, porque todos somos pecadores.

El conocimiento de Jesús implica nuestra aceptación de sobrenaturaleza y a Dios en su Trinidad. El Evangelio es su evidencia en el tiempo. La culminación de su mensaje es su promesa de vida eterna. Nadie que crea en Jesús puede circunscribir su vida a la enseñanza de una doctrina filosófica o a un conjunto de normas sociales. No se trata de hacer ciencia cristiana interpretando a un filósofo llamado Jesús, que para la Historia no puede ser más que un hombre. Hay quienes parecen no aceptar que Jesucristo, tan difícil de seguir, es tan fácil de entender como lo único que puede significar: ‘que os améis los unos a los otros, como yo os he amado’ (Jn 13,34). Tan fácil de comprender como que pecado es la decisión que finalmente ocasiona el sufrimiento del otro aunque sólo sea por el ejemplo. Los cristianos necesitamos a Jesús como modelo para trascender esta vida ante su final inexorable. Concretamente, sin sobrenaturaleza, la vida carecería de sentido para los cristianos. Algunos proponen la metodología histórica para lograr una mejor lectura de los evangelios incluyendo sus contradicciones. La evangelización no se limita a intentar demostrar con pruebas irrefutables que Jesús caminó este mundo.

¿Dónde quedaría la historia en los relatos milagrosos, las promesas mesiánicas, el Reino de Dios entre nosotros, la Vida Eterna y la gracia y perseverancia para alcanzarla? ¿Cómo reducir a la ciencia que llamamos historia que un hombre, a más de ser Su enviado, es el Hijo unigénito de Dios desde la eternidad? Si el Evangelio es considerado un problema histórico, no lo van a resolver todos los Tácito, Flavio Josefo y pasajes del Talmud que puedan llegar a mencionarse, ni todos los descubrimientos arqueológicos que lleguen a hacerse. Los evangelistas son conscientes de que están narrando Historia Sagrada. No procuran demostrar históricamente la sobrenaturaleza del Evangelio. La consecuencia histórica es la Iglesia, los cristianos” (Mensaje que publicamos (blogdelafe) el 21 de Diciembre de 2006 en Kimniekan).

Hay un error (lo comenta ‘Àlvaro’ en Kimniekan) generalizado entre algunos detractores de la historicidad de Jesucristo. Creen que los Apologistas y los Padres de la Iglesia, para defender sus creencias, debían probar la existencia real de Jesús.

Desde este error, llegan a imaginarlos como historiadores, ocupados en los trabajos de otros historiadores y aun forzados a mencionarlos. Por extensión podría parecer que quienes mantuvieron la doctrina de la Iglesia (para facilitar la exposición del concepto llamémosla Católica) fueron enfrentados por herejes que cuestionaban la existencia real, en el mundo, de Jesús.

No hubo tal cuestionamiento sino que las controversias- desde sus comienzos- se refieren a la naturaleza divina de Jesús, constituyendo las variantes heréticas que finalmente no fueron consideradas dentro de la ortodoxia.

Nadie se dedicó- en esos primeros siglos del cristianismo- a refutar la existencia de Jesús en el mundo. Pero ahora, algunos, para no aceptar la sobrenaturaleza de Jesucristo tampoco aceptan su humanidad.

La Iglesia Católica desde el comienzo del cristianismo tuvo una ortodoxia, una fe verdadera, y tuvo que defenderse de múltiples herejías; las opiniones estaban divididas, había algunos que consideraban a Jesús como el Hijo de Dios y otros no.

Había arrianos, gnósticos, coptos… En esos primeros siglos del cristianismo el problema de la historicidad de Jesucristo era inexistente; aun en el gnosticismo Cristo es supuesto “tomando la apariencia” del hombre. No había ninguna razón para que los cristianos se preocuparan en asegurar una historicidad que estaba probada.

Los verdaderos problemas eran doctrinarios y muchos los peligros y persecuciones.

Como sea, por aquellos años desde los 30’, no puede creerse que en Jerusalén, los que se oponían a los que luego se llamarían cristianos, no proclamaran-de haber sido así- la inexistencia histórica del Jesús presentado como Mesías.

Además de la Iglesia Católica, también en la actualidad todas las confesiones cristianas dan por probada la existencia histórica de Jesucristo.

La existencia de Jesús histórico está probada. podemos considerar fidedignos los núcleos esenciales de los textos correspondientes a Tácito (muy probablemente basado en Plinio el Viejo), Flavio Josefo, Suetonio, otras referencias extra bíblicas más tardías y observar que en el Talmud y en los trabajos de historiadores profesionales- durante siglos- no se niega la presencia histórica de Jesús.


“( ) no es que la cita individual de Tácito o de otro autor pagano demuestre por si sola la historicidad de Jesús. Es la acumulación de todas las referencias tempranas que tenemos sobre Cristo y los cristianos lo que la demuestra sin dejar ningún margen de duda. Pero toda esta discusión sobre los autores romanos en realidad sería ociosa, ya que bastarían las epístolas de Pablo y los Evangelios para dar por sentada Su historicidad y la de la Iglesia, por más que sean documentos que fueron escritos sin propósitos históricos o biográficos, ya que, el historiador puede muy bien determinar la información confiablemente histórica que contengan” (Álvaro Ardite, enero 14 y 15 de 2007).


Los cristianos aceptamos en su totalidad- reconociendo algunas contradicciones- los evangelios. También totalmente las epístolas, algunas de ellas escritas con la colaboración de discípulos según era costumbre y otras con agregados señalados pero teológicamente pertinentes.

La personalidad de Pablo queda ilustrada en “Hechos de los Apóstoles” y en sus epístolas. Al evangelizar, procura superar el consecuente riesgo de ofender convicciones ya arraigadas en su auditorio pagano, por ejemplo tan religioso como culto entre los griegos. Recordemos cuando Pablo debe alejarse de Tesalónica y llega a Atenas (Hechos de los Apóstoles 17,1:15). “Mientras Pablo les esperaba en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios; y diariamente en el ágora con los que por allí se encontraban. Trababan también conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoicos. Unos decían: ‘¿Qué querrá decir este charlatán?’ Y otros:

‘Parece ser un predicador de divinidades extranjeras.’ Porque anunciaba a Jesús y la resurrección. Le tomaron y le llevaron al Areópago*; y le dijeron: ‘¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones? Pues te oímos decir cosas extrañas y querríamos saber que es lo que significan.’ Todos los atenienses y los forasteros que allí residían en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir u oír la última novedad. Pablo de pie en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’ Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos de hombres; ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas. Él creó, de un sólo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: ‘Porque somos también de su linaje**’.
Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano.
Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos.” Al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: ‘Sobre esto ya te oiremos otra vez’ Así salió Pablo de en medio de ellos. Pero algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos.” Hechos de los Apóstoles 17, 16: 34.

(Notas de la Biblia de Jerusalén: *El nombre designa una colina situada al sur del ágora (en la antigüedad griega, plaza rodeada de edificios públicos). También designa el consejo supremo de Atenas que en otro tiempo tenía allí sus sesiones. **Cita sacada de los ‘Fenómenos’ de Arato, poeta originario de Cilicia (siglo III a.C.). ( ) La predicación aduce aquí el hecho de que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios, para hacer patente el absurdo del culto a los ídolos.)

Pablo se cuida de no horrorizar con la generación de imágenes burdas sobre la resurrección de los cuerpos. Habla de resurrección gloriosa de los cuerpos. La imagen de resurrección de cadáveres causa el rechazo de los gentiles. En el Nuevo Testamento es evidente que se diferencia la resurrección de cuerpos para la continuidad en la vida temporal, de la que corresponde para el Juicio y la Vida Eterna. Pablo habla de cuerpos espirituales dando por entendida la ausencia de fisiología en el Cielo y que la resurrección de la carne significa la permanencia de la capacidad perceptiva. Hay dos tipos de resurrección: la de los cuerpos para continuar la vida terrenal y la gloriosa para la vida eterna. Siglos después Padres de la Iglesia (san Gregorio de Nisa), explican la resurrección del hombre- para el Juicio- como unidad de cuerpo y alma (5).

El propósito de Pablo ante los romanos, es que el cristianismo sea aceptado sin desconfianzas. Filón de Alejandría- el respetable judío helenista- había presentado su doctrina sobre “el logos entendido dentro de un marco espiritual, que participa de la razón divina como el hijo primogénito de Dios. Sin embargo en su doctrina, el logos es inferior a Dios, se halla en la frontera que separa la creación de lo creado” (biblioteca.itam.mx/estudios) ). Filón intentó en favor del judaísmo lo que el cristianismo realizaría cuatro siglos más tarde. Pablo iluminado por Jesucristo, encara el camino que llevará a la vigencia de una religión monoteísta- la cristiana- en el imperio romano.


Alrededor del año 107, el obispo cristiano de Antioquia hizo un último y penoso viaje. Bajo escolta militar, Ignacio viajó por tierra desde Antioquia hasta Roma, donde en su brutal arena iba a morir una muerte de mártir. A lo largo del camino escribió a varias comunidades cristianas.
A los Tralianos dijo: "Cierren sus oídos entonces si alguien les predica sin hablar de Jesucristo. Cristo fue del linaje de David. Él era el hijo de María; él verdaderamente nació, comió y bebió, fue realmente perseguido bajo Poncio Pilato, fue realmente crucificado....Él fue también realmente levantado de entre los muertos" (En “¿Acaso no hubo un Jesús histórico?” lo recuerda el militante ateo Earl Doherty).


Jesucristo es Señor de la historia.




Nota (5): “Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (Primera Epístola de Pablo a los Corintios 15; 42-44). “Puesto que se habla de la resurrección del cuerpo, es decir, del hombre en su auténtica corporeidad, consiguientemente el «cuerpo espiritual» debería significar precisamente la perfecta sensibilidad de los sentidos, su perfecta armonización con la actividad del espíritu humano en la verdad y en la libertad (Juan Pablo II, Audiencia general del 10 de febrero de 1982) .”




Resurrección, relatos. Vida Eterna. El Reino de Dios. El dogma Trinitario.





















(En todos los párrafos se precisan sus autores y fuentes).


LA RESURRECCIÒN SEGÚN LOS EVANGELIOS.

“Limitándonos a los textos escritos que poseemos, es preciso afirmar que tanto en las formulaciones más primitivas del credo cristiano como en las primeras liturgias, y en los relatos de los sinópticos se insiste, de manera unánime y como núcleo esencial de la fe, en que Jesús murió y que, contra toda esperanza humana, resucitó, y que se encontró personalmente con sus discípulos, fue visto y reconocido como verdaderamente vivo.
Los relatos que refieren las apariciones de Jesús resucitado son presentados en los evangelios sinópticos, en contraste con los relatos de la pasión, de manera muy distinta. Esta variedad puede resultar sorprendente en una primera lectura.
Veamos en síntesis esta diversidad respecto al género literario, número y sujetos receptores, lugar y tiempo de las apariciones.
Existen estos diferentes géneros literarios: apocalíptico (súbitas apariciones de ángeles, seres revestidos con blancas y deslumbrantes ropas, acompañamientos sísmicos y resplandores, reacciones de espanto); apologético (interés manifiesto por hacer ver la realidad corpórea de Jesús resucitado); polémico (defender el hecho de la resurrección contra la falsa acusación del robo por parte de los discípulos del cadáver de Jesús), histórico (el hecho cierto del sepulcro vacío).
En la parte "auténtica" de Marcos no se cuenta ninguna aparición, sólo se predice (16,7). En el evangelio de Mateo se narran dos: a las mujeres junto al sepulcro (28,9-10) y a los discípulos en un monte de Galilea (28,16-20). En Lucas, además de estas dos (situadas en diferente emplazamiento), se relatan otras dos más: a los discípulos de Emaús (24,13-35) y a los discípulos reunidos en Jerusalén (24,36-52).
La topografía es distinta. Unas apariciones tienen lugar en Galilea, tal como se anuncia en Mc (16,7) y Mt (28,7) y se narra explícitamente en Mt (28,16-20); otras acontecen en Jerusalén, como refiere Lc (24,13-35.36-52).
La cronología tambien es diversa. Marcos anuncia las apariciones para el futuro (16,7). Mateo ubica la aparición a las mujeres en la mañana de Pascua (28,9-10), y en un tiempo no determinado la aparición a los discípulos (28, 16-20). Lucas, en cambio, las congrega todas a lo largo del día de Pascua, incluida la ascensión (24,13.33.36.50).
Tan manifiesta variedad muestra que los evangelistas no se han preocupado por encuadrar los relatos de las apariciones en unas coordenadas espacio-temporales a fin de hacer concordar una historia plana y uniforme. Cada evangelio es fiel a su teología y no responde a una armonización externa. Marcos -ya se ha visto en la explicación del evangelio- insiste en la importancia de Galilea. Lucas considera a Jerusalén el centro del tiempo, y el lugar de la irradiación del evangelio. Mateo recoge ambas tradiciones (28, 16-20).
Estas divergencias señaladas atañen a los detalles redaccionales de cada evangelista, y evidencian que los relatos de las apariciones no son la información de una crónica, sino testimonios de fe. Y el testimonio es siempre el mismo y fundamental: Jesús, que había sido crucificado y había muerto, ha resucitado y se ha aparecido a los suyos. En este punto existe una coincidencia absoluta. Es lo que se afirma en el documento más antiguo del Nuevo Testamento y que refleja la fe de la Iglesia: que Jesús murió por nuestros pecados y fue sepultado, que resucitó y se apareció a los hermanos (Cf. 1 Cor 15,3-5).
Cada evangelio, según su estilo redaccional, así lo describe mediante la mención de mensajeros divinos, que asumen diversas representaciones. Resuena aquí la formulación kerigmática ( con la Buena Nueva y el Fundamento de la fe cristiana ) de la Iglesia primitiva. El ángel del Señor, con aspecto de relámpago y blanco como la nieve, afirma: "Sé que buscáis a Jesús, el Crucificado, no está aquí, ha resucitado" (Mt 28,5). Un joven vestido de blanco, declara asimismo: "Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí" (Mc 16,6). Dos hombres con vestidos resplandecientes, preguntan y luego confirman: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (24,5). Todos estos personajes son -conforme al uso bíblico- portavoces del mismo Dios, dan a conocer el enigma de la resurrección de Jesús. Este Jesús muerto ha sido resucitado por Dios [(el pasivo divino "egerthe” ,"ha sido resucitado" reclama esta acción exclusiva de Dios, matiz que nuestras modernas traducciones no reflejan adecuadamente) ; Juan 10, 17-18 establece que el poder del Padre es el poder de Jesùs (*)]; y el mismo Dios lo revela por sus intermediarios a los discípulos y a las mujeres, para que, creyendo en sus palabras, se conviertan en testigos de la resurrección. Además, la condescendencia divina les dará una confirmación a este anuncio: las apariciones de Jesús resucitado. Esta continuidad entre el Jesús crucificado y el resucitado nos libera de una tentación: creer que la resurrección es un milagro que desliga a Jesús de su vida y de su muerte ignominiosa. Esta separación puede acarrear la huida de la historia y de las duras exigencias de los compromisos de la cruz. Cuando Jesús muestra sus llagas (que la resurrección no ha logrado borrar) está recordando a sus discípulos lo que él fue y lo que hizo, por qué vivió y para qué murió, el precio de su amor y de su entrega: todo lo que tuvo que sufrir para llevar adelante la instauración del Reino de Dios entre los hombres. Jesús resucitado no es el Mesías de unos sueños de grandeza, sino el siervo de todos en el amor, quien, en pura obediencia al Padre, se entrega hasta una muerte en la cruz. Por esto Dios lo ha exaltado. La resurrección de Jesús no hace superflua su vida de entrega, sino que la potencia y consagra por toda la eternidad; para que, llena ahora de la fuerza de Dios, se libere de un espacio y tiempo concreto, y alcance a todos los hombres en un darse y servir por amor. Para la realización de tan inmensa tarea Jesús cuenta, aún más, necesita de unos testigos: la presencia de la Iglesia” cmfapostolado.org/recursos/pgapostolado/palamisi/html/html3/Tema07.htm


(*) “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.” Jn 10,17-18


VIDA ETERNA-

La finalidad del hombre, como ser con necesidad y capacidad de amar, es la Bienaventuranza en la Vida Eterna.

Transcribimos textos bíblicos y los comentarios del Padre Jordi Rivero publicados en www. corazones. org sobre vida eterna. El sitio web es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.


Vida eterna es la participación sin fin de la vida divina.
Se trata de un don de Dios recibido por los méritos de Jesucristo en la Cruz
(Cf. Jn 13:14-15). Recibimos la vida eterna en el bautismo pero se puede perder por el pecado mortal. Quién muera en gracia vivirá para siempre según lo prometió el mismo Jesucristo.
En el cielo gozaremos para siempre en cuerpo y alma de la vida con Dios.

La fe en la vida eterna fue creciendo entre los judíos antes de Cristo, dándoles fuerza para mantenerse fieles en medio de tribulaciones.
II Macabeos 7:9 - "Al llegar a su último suspiro dijo: «Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna.»"

Aunque todos los hombres existirán eternamente, solo se le llama "vida eterna" a la vida de la gracia, no a la existencia eterna en el infierno.
Daniel 12:2 -"Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno." Cf.(Mt 25:46)

Dios quiere que todos se salven y tengan vida eterna. Por eso vino Jesucristo a salvarnos.
Juan 3:16 -"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." -Cf. (Jn 6:40)

La vida eterna se recibe por la fe.
Es un don gratuito.
Romanos 6:23 -"Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro."

Pero los que no reciban con fe la gracia divina no tendrán vida eterna.
Juan 3:36 -"El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.»"

La vida eterna es incompatible con el pecado.
I Juan 3:15 -"Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él."

Cada cual cosechará la vida que siembre.
Gálatas 6:8 -"el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna."

Dios ofrece la vida eterna a todo pecador que se arrepienta.
I Timoteo 1:16 -"Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna."

Recibimos vida eterna por misericordia de Dios.
Judas 21 -"manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna."

La vida eterna colma todos nuestros deseos porque es la vida de Dios y para ella fuimos creados.
Juan 4:14 -"pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»"

La adquisición de la vida eterna debe ser nuestra prioridad.
Juan 6:27 -"Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.»"

Para tener vida eterna hemos de renunciar a nuestro ego y a todo pecado para atarnos a Cristo.
Juan 12:25 -"El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna." Cf. Rm 6:22

La vida eterna es una conquista.
I Timoteo 6:12 -"Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos."

La vida eterna es Dios habitando en el creyente.
I Juan 5:20 -"Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna."

La Eucaristía es fuente de vida eterna.
Juan 6:54 -"El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día."

La vida eterna es ser discípulo fiel de Cristo.
Juan 10:28 -"Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano." Cf. Jn 17:2

La vida eterna es conocer, es decir, vivir en comunión profunda con el Padre y el Hijo.
Juan 17:3 -"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo."

La vida eterna es obediencia al Padre. La obediencia nos une a su voluntad y a su vida. Todo lo que el Padre ordena es bueno y da vida.
Juan 12:50 -"y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.»

La vida eterna es promesa de Dios.
I Juan 2:25 -"y esta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna."

Debemos colaborar con Dios para que muchos reciban la vida eterna.
Juan 4:36 -"el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador." Cf. 1 Jn 1:2

Nuestra vida ha de ser testimonio de la vida eterna que está en nosotros.
I Juan 5:11 -"Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo."




El Reino de Dios-



Creyentes de distintas agrupaciones religiosas, suponen el Reino de Dios como uno mundano, donde serían bendecidos con toda clase de bienes y apartados de toda privación.
Por extensión muchos imaginan el Reino de Dios como vida eterna en el mundo material.
Por cierto, debemos cumplir un camino hasta la vida eterna.
Cuando elegimos aceptar en nuestro espíritu el Reino de Dios, estamos en ese camino.
Es en Jesucristo que alcanzamos el verdadero Reino de Dios.
Es el Reino espiritual, que nos hace amar y llamar- ya ahora- a nuestro prójimo anunciando el Evangelio y animándolo a entrar.

En palabras del Padre Vicente Enrique y Tarancón: “Jesucristo había hablado muchas veces del advenimiento del Reino de Dios. En varias parábolas les hablaba de este Reino. Y aquellos judíos que tenían un concepto equivocado del mismo, creían que habría de venir con gran aparato externo y por la fuerza de las armas como los reinos de la tierra. ( ) El Reino de Dios es espiritual; por lo tanto radica en el corazón, esto es, en el interior del hombre. Para pertenecer a él no basta una adhesión meramente externa, sino que es necesaria una adhesión interior. ( ) Dijo Jesús en su conversación con la Samaritana: -Viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén, adoraréis al Padre… mas viene la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad –”

Quienes creemos que “Cristo es nuestra santificación”(San Gregorio de Nisa), debemos vivir con fe y obra cristianas.
La Santísima Trinidad hace participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de Amor. El Espíritu Santo.

Jesús dice a sus discípulos: “Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura” (Mc 16,15).

La Buena Noticia es nuestra salvación. www.rosario.org


Reproducimos parcialmente un texto- preciso sobre el Reino de Dios- de Juan Luis Lorda, autor de “El fermento de Cristo”, Ed. Rialp, Madrid 2003.


“El Evangelio de San Mateo nos cuenta que, después de su bautismo y de un retiro de cuarenta días en el desierto, Jesucristo comenzó a predicar públicamente: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado» (Mt 4,17). Y un poco más adelante se lee: «Recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino, y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo».
Por tanto, el centro de la predicación de Jesús de Nazaret es el Reino de Dios.
La palabra griega Evangelio significa exactamente «buena noticia» o «buena nueva». Y la buena noticia es, sencillamente, que el Reino de Dios ha llegado. Es lo que Jesucristo anunció y lo que quiso que se anunciara.
¿En qué consiste el Reino de Dios?
En Israel hay un anhelo de ser de Dios. Aunque, con frecuencia, olvide las exigencias de la Alianza que le une a Dios y las traicione aceptando cultos y costumbres ajenas. A veces, parece incapaz de cumplirlas. Los profetas de Dios se quejan, le reprochan sus infidelidades, le consuelan en los castigos, y, finalmente, anuncian una nueva Alianza, de otro orden mucho más perfecto, que llevará a un nuevo Reino.
Para representarlo, proyectan hacia el futuro- llenándolas de esplendor- las imágenes de la historia e instituciones del viejo Reino de David y Salomón. Sirven como metáfora del nuevo Reino, que será mucho más perfecto y satisfactorio. En el nuevo Reino, Dios mismo reinará. Por eso, se le llama «el Reino de Dios». Sin más intermediarios y sin más infidelidades. Los profetas anuncian que será el Pastor de su pueblo: «Yo mismo -dice el Señor- cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño (...) así velaré yo por mis ovejas» (Ez 34,11; Is 40,9).
Pero ese Reino va a tener varias características nuevas y además, una eficacia universal. No se va a reducir a los límites culturales y geográficos del Israel histórico: va a llegar a todas las naciones. Será una bendición de Dios para todos los pueblos. De este modo, Israel se convierte en el cauce por el que la revelación y la salvación del verdadero Dios llegan a toda la humanidad.

El Reino de Dios según Jesucristo
Jesús de Nazaret rehusó en todo momento ejercer ningún poder civil, no quiso acaudillar una revuelta y no intentó ningún género de negociación para buscarse un lugar en las instituciones existentes. Anunció que había llegado el Reino y que estaba entre los discípulos, pero se limitó a predicarlo.
Para explicar lo que era su Reino, Jesús recurrió a parábolas.
Jesucristo comparó el desarrollo del Reino a una semilla que germina y crece con vida propia y sin hacer violencia (Mt 13,1-9.18-23; Mt 13,33; Mc 4,26-29). También lo comparó al fermento o levadura del pan: «El Reino de Dios es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Mt 13,33).
Según la doctrina de otras parábolas, los siervos del Señor tienen que salir a los caminos a invitar a todos los hombres (Mt 22,1-14). El Reino se difunde al sembrar la Palabra o la Buena Nueva en los corazones; allí da fruto según las disposiciones de cada uno (Mt 13,1823).
El Señor llama a su Reino de muchos modos y en distintas horas de la vida (Mt 20,1-16). Junto a la buena semilla del trigo, en el mundo crece también la cizaña (Mt 13,24-30).
Por eso, la solución definitiva sólo será al final; y hay que estar atentos para cuando el Señor vuelva a pedir cuentas (Mt 25,1-13).
Hemos hablado algo del Reino que predicó Jesús, ahora hablemos del Rey. No lo dijo directamente, pero Jesús dio a entender con claridad que él era el Rey, el Rey-Mesías que esperaban los judíos.

Jesús como Mesías
Según las profecías de Israel, quien debe realizar el Reino es el Mesías.
La palabra aramea Mesías se traduce al griego por «Cristo», y al español, por «Ungido».
Así que «Mesías», «Cristo» o «Ungido» significan exactamente lo mismo.
Esta idea del «ungido» viene de las profecías de Isaías, cuando habla de un futuro salvador: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él. Dictará ley a las naciones» (Is 42,1-6).
Es decir, este personaje es el Mesías porque aparecerá ungido con el Espíritu Santo: «Reposará sobre él el Espíritu de Dios» (Is 11,3).

Jesús no quiso emprender ninguna operación política o militar, como esperaban los que querían ver realizado el Reino de Israel. El único gesto solemne y público de Jesús como Mesías, aparte de los milagros, consistió en la entrada triunfal en Jerusalén. Quiso cumplir la profecía de Zacarías (9,9) que anunciaba que el rey mesiánico tomaría la capital del Reino sin violencia, entrando en la ciudad montado en un pollino.
Jesús no hizo nada para asumir los poderes de la Ciudad Santa, la capital del antiguo Reino de Israel.
Al contrario, para escándalo de los mismos discípulos que se habían entusiasmado, las autoridades judías se confabularon, consiguieron prenderlo y juzgarlo. Y cuando fue llevado a declarar ante el Procurador romano Pilatos, en medio de muchas humillaciones, declaró: «Mi reino no es de este mundo» Gn 18,37).
El doloroso juicio, la condena y la muerte de Jesús, confundieron por completo a sus discípulos. La tremenda paradoja de lo que había sucedido quedó expresada en el infamante cartel que Pilatos hizo poner sobre la cruz: «Este es el Rey de los judíos» (Mt 27,37).

La resurrección de Jesucristo dio un vuelco completo a la situación y confirmó, de manera definitiva, la verdad de su mensaje. Los discípulos reconocieron definitivamente a Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
Pero permanecían dudas sobre la naturaleza y el advenimiento de su Reino. Según relatan los Hechos de los Apóstoles, en los primeros reencuentros después de la resurrección, le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Dios a Israel?». Y les respondió: «No es cosa vuestra conocer el tiempo y el momento que el Padre ha fijado con su autoridad; al contrario, vosotros recibiréis una fuerza cuando el Espíritu venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,3-8).
Jesús había advertido a sus discípulos, ya antes de su muerte, que el Reino de Dios estaba presente entre ellos (Lc 17,21; 7,18-23). Con su enseñanza, Jesús plantó la semilla del Reino en el corazón de sus discípulos, al transmitirles su Palabra.
Después de su resurrección, en Pentecostés, los ungió o bautizó con su mismo Espíritu Santo, como había predicho el Bautista.
La Palabra viva de Cristo y su Espíritu Santo son la novedad que actúa en el mundo.
Aquel grupo de discípulos reunidos alrededor de los Doce, de Pedro y de María, son el corazón del Reino, como un fermento que ha de crecer en la historia. A través de ellos, se va realizar el Reino de Dios en el mundo, hasta la plenitud final, cuando el Señor vuelva para juzgar a todos los hombres.
La realidad interior del Reino es el mismo Espíritu Santo.
El Señor se lo dio a sus discípulos y desde entonces los reúne con él, formando un vínculo misterioso que es la Iglesia, la comunión de todos los discípulos de Cristo y con Cristo. Una comunión misteriosa y real.
Desde su origen, la Iglesia ha crecido alrededor de su núcleo original (los Apóstoles y primeros discípulos), extendiéndose con el anuncio del Evangelio y el bautismo, e incorporando nuevas personas a esa comunión en el Espíritu, por el espacio y por el tiempo.
Esta Iglesia que ha crecido en la historia, entre las limitaciones de cada época y lugar, no es propiamente el Reino, pero es el germen del Reino.
El Señor espera, mientras el anuncio sigue su curso, porque todavía no se han reunido todos los invitados a la Casa del Padre. La Iglesia tiene que esforzarse todavía en anunciar el Evangelio y animar a todos los hombres a entrar.
El Reino de Dios se tiene que difundir y construir por medio de obras de amor filial a Dios y de verdadera fraternidad entre los hombres. La caridad es el signo del Reino de Dios y muestra cómo será la Casa del Padre, donde se congregarán todos los hombres de buena voluntad.” Juan Luis Lorda.




SANTÍSIMA TRINIDAD

Por Daniel Iglesias Grézes
extractado de www.feyrazon.org









Nota previa: Este escrito sobre el dogma tinitario está basado en un debate sostenido en un foro de Internet, del cual participé. Soy responsable de la forma definitiva del texto.
Agradezco a quienes participaron en ese debate y los valiosos aportes del Lic. Néstor Martínez y del Pbro. Dr. Miguel Barriola.

TABLA DE CONTENIDOS.

I. El dogma trinitario no es irracional.

II. El dogma trinitario no es antibíblico.

III. El dogma trinitario pertenece a la Divina Revelación.

I. EL DOGMA TRINITARIO NO ES IRRACIONAL.


Objeciones generales contra el dogma católico de la Trinidad:
Es irracional, porque es absurdo pensar que tres seres son uno.
Hay muchos textos bìblicos que lo contradicen.
Es una doctrina meramente humana, sin fundamento bíblico. Ningún texto de la Biblia dice que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios.

Consideremos las tres objeciones generales una a una, comenzando por la primera.
El dogma trinitario sería efectivamente irracional si dijera que tres seres distintos son un mismo ser, o que tres es igual a uno; pero no dice eso, sino que hay una única substancia, esencia o naturaleza divina (un solo Dios) y tres subsistencias, hipóstasis o personas divinas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). "Esencia divina" no es sinónimo de "persona divina".

El concepto de "esencia divina" responde a la pregunta "¿Qué es Dios?" Dios es el Ser absoluto, necesario, infinito, perfectísimo, simplicísimo... Estos atributos y otros semejantes pertenecen a la única esencia divina.

En cambio el concepto de "persona divina" responde a la pregunta "¿Quién es Dios?" El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios, pero no son tres dioses, sino un solo Dios.
Las tres personas divinas son lo mismo (Dios), pero lo son de tal modo que no son el mismo: El Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, el Hijo no es el Padre ni el Espíritu Santo, el Espíritu Santo no es ni el Hijo ni el Padre.

La única sustancia divina subsiste en tres distintas "subsistencias". Con una expresión un poco audaz, pero en el fondo justificable, podríamos decir que subsiste "de tres maneras distintas", como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Las tres personas divinas tienen todo en común, salvo sus relaciones de origen (o de oposición):

Paternidad: El Padre engendra eternamente al Hijo.

Filiación: El Hijo es engendrado eternamente por el Padre.

Espiración activa: El Padre y el Hijo espiran eternamente el Espíritu
Santo.

Espiración pasiva: El Espíritu Santo es espirado eternamente por el

Padre y el Hijo.

Estas relaciones de origen (salvo la espiración activa, que corresponde a dos personas) constituyen las tres personas divinas. De acuerdo con esto, el Padre se caracteriza también por ser el origen sin origen de las otras dos personas divinas.

La vida íntima de la Trinidad es una incesante danza de amor infinito. El Padre entrega eternamente al Hijo toda su sustancia divina. El Hijo le responde entregándole a su vez todo su ser divino (igual al del Padre). El amor del Padre y del Hijo es fecundo; es la persona-don, el Espíritu Santo.

Es importante notar que el concepto de "persona", aplicado a las personas divinas y a las personas humanas, tiene un sentido analógico, no unívoco. Si pensáramos que en el dogma trinitario la palabra "persona" tiene exactamente el mismo sentido que en el lenguaje moderno, afirmaríamos la existencia de tres individuos divinos, cada uno con su conciencia, su inteligencia y su voluntad separadas y así caeríamos en el absurdo del triteísmo. Por eso hoy es más necesario que nunca que los cristianos no nos limitemos a repetir las formulaciones tradicionales del dogma trinitario, sino que intentemos explicarlas, manteniendo su sentido.

La primera objeción general puede reformularse señalando que la doctrina contradice el principio de “identidad comparada”: Si A es C y B es C, entonces A es B. Si el Padre es Dios y el Hijo es Dios, entonces el Padre es el Hijo y el dogma trinitario es falso.

Esta objeción también es errónea.

Hay tres clases de identidad:

• identidad real pero no conceptual, como entre “un hombre" y "mi padre”;

• identidad conceptual pero no real, como entre "triángulo" y “polígono con tres lados”;

• identidad real y conceptual, como entre "hombre" y "animal racional".

Es evidente que el principio de identidad comparada tiene validez general cuando las tres identidades consideradas son identidades reales y conceptuales y también cuando las tres son sólo conceptuales. En particular el primer caso se presenta cuando A, B y C son tres realidades absolutas. La refutación sería correcta si las frases "el Padre es Dios", "el Hijo es Dios" etc. plantearan identidades entre dos realidades absolutas; pero no es así, porque en Dios hay una única realidad absoluta (la sustancia divina) y tres realidades relativas (las personas divinas, constituidas por sus relaciones opuestas). Si consideráramos a las personas divinas como realidades absolutas, afirmaríamos la existencia, no de la Trinidad, sino de una herética "cuaternidad" en Dios.

Por la revelación sabemos que entre cada una de las personas divinas y la sustancia divina existe identidad real y distinción conceptual y que entre las personas divinas existe distinción real y conceptual (más aún, oposición conceptual).

Ahora bien, no es cierto que el principio de identidad comparada tenga validez general cuando las identidades entre A y C y entre B y C son reales pero no conceptuales.
Podemos dar el siguiente contraejemplo tomado de la filosofía aristotélica: Sea A la acción, B la pasión y C el movimiento. Entre A y C y entre B y C hay identidad real pero no conceptual; pero entre A y B hay distinción real y oposición conceptual.

Por consiguiente no es posible demostrar que el principio de identidad comparada es válido en el caso en cuestión.

Estamos hablando del sublime misterio de Dios. Dios es el misterio absoluto, en última instancia incomprensible. Pero el dogma trinitario (al igual que todos los demás dogmas cristianos) no contiene ni implica ninguna irracionalidad, ninguna contradicción. No obstante este dogma sí es suprarracional, porque no puede ser comprendido plenamente por nuestras inteligencias finitas. Si no fuera así, no se trataría del misterio de Dios.

Expliquemos un poco más qué dice la doctrina cristiana sobre la Trinidad, comparándola con los tres principales errores teológicos en esta materia:

• Un error muy burdo consiste en considerar que las tres personas divinas son tres sustancias divinas diferentes, o sea tres dioses. Este triteísmo es evidentemente contrario a la razón filosófica (que demuestra la unicidad de Dios) y al monoteísmo bíblico.
El cristianismo es una religión tan monoteísta como el judaísmo y el islamismo, pero con una noción de Dios mucho más rica.

• Otro error consiste en considerar que sólo el Padre es Dios, mientras que el Hijo y el Espíritu Santo son criaturas excelsas, pero no divinas en sentido propio. Este subordinacionismo fue sostenido en el siglo IV por herejes como Arrio y Macedonio.

• Un error más sutil consiste en considerar que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres modos de manifestación de Dios en la historia de salvación, pero que al interior de Dios existe una sola persona, el Padre. Este modalismo fue sostenido en el siglo III por Sabelio y otros herejes.

Estos tres grandes errores tienen un origen común: El intento de dominar racionalmente el misterio de Dios lleva a aceptar algunos de sus aspectos y a rechazar otros. Así la teología se vuelve más comprensible, pero se traiciona el misterio de Dios revelado por Cristo.


II. EL DOGMA TRINITARIO NO ES ANTIBÌBLICO.

Acerca del "subordinacionismo", quienes cuestionan el dogma trinitario citan dos textos bíblicos:

• 1 Corintios 8,6: "Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros."

Por lo tanto sólo el Padre es Dios. No existe Dios Hijo ni Dios Espíritu Santo. Jesucristo es simplemente "Señor", alguien superior a nosotros, a quien debemos obedecer, pero distinto de Dios.

• Efesios 1,17: "Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo perfectamente."

De este texto se deduce que el Padre es el Dios de Jesús, que Él controla al Espíritu Santo y que la finalidad del don del Espíritu es conocer perfectamente sólo al Padre.


Es conveniente dar un rodeo introductorio antes de responder directamente la segunda objeción/general.
Dios es el Ser infinito e inmutable y por lo tanto el misterio de Dios revelado por Cristo es una verdad infinita e inmutable. Sin embargo los hombres, destinatarios de la Divina Revelación, somos seres finitos y mutables, que se desarrollan en la historia.
Teniendo esto en cuenta, fácilmente se comprenden estas dos cosas:

• Que la autorrevelación de Dios a los hombres en la historia ha debido ocurrir a través de un largo proceso histórico, gradual y progresivo;

• y que, incluso después que la historia de la revelación alcanzó su plenitud objetiva en Cristo, todavía ha de darse en la Iglesia una historia de la comprensión subjetiva de la revelación, un desarrollo de la doctrina cristiana.

Por lo tanto no ha de sorprendernos que en la Tradición de la Iglesia e incluso dentro de la propia Sagrada Escritura podamos comprobar una evolución del dogma y de la teología. Esto representa el cumplimiento de una promesa hecha por Jesús en la Última Cena: El mismo Espíritu Santo recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos congregados en la Iglesia, les enseña su verdadero sentido y los guía hasta la verdad completa (cf. Juan 14,26; 16,13).

Teniendo en cuenta esta introducción podremos comprender el hecho de que en el Nuevo Testamento la palabra "Dios" designa generalmente (aunque no siempre) al Padre y que, sin embargo, esto no implica en modo alguno negar la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. Como veremos en la respuesta a la tercera objeción, hay muchas excelentes razones para afirmar que la doctrina trinitaria está contenida implícitamente en la Divina Revelación transmitida por escrito en la Biblia y que por lo tanto la formulación explícita del dogma trinitario no es una corrupción sino un desarrollo auténtico de la doctrina cristiana.
En 1 Corintios 8,6 (como en muchísimos otros pasajes del Nuevo Testamento) Jesucristo es llamado "Señor", un título que indica claramente su carácter divino. El equivalente hebreo del griego "Kyrios" (Señor) es "Adonai", la palabra que utilizaban los judíos, al leer las Escrituras, para sustituir el tetragrama sagrado (YHWH), el impronunciable nombre de Dios.

Nuestro texto designa a Jesús como el único Señor, dando a entender que su señorío no es el de un "señor" cualquiera, sino la ilimitada soberanía del único Dios. Esta interpretación, que resulta obligatoria cuando se considera el Nuevo Testamento en su conjunto, es reforzada aquí por el paralelismo planteado entre la relación del Padre con el mundo y los hombres y la relación del Hijo con el mundo y los hombres.

En cuanto a Efesios 1,17, el dogma de la Encarnación permite sostener que, aunque el Padre sea el Dios de Jesucristo (el Hijo de Dios encarnado), el Hijo es Dios como el Padre (consustancial al Padre). Las afirmaciones sobre el Espíritu Santo no se pueden inferir con certeza a partir de este texto.


Como cuestionamientos se citan varios textos bíblicos intentando probar que el Hijo no es Dios:

• Proverbios 8,22: "Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas."
Quien habla aquí es la Sabiduría de Dios. Según 1 Corintios 1,24 Cristo es la Sabiduría de Dios. Por lo tanto Cristo fue creado y no puede ser Dios.

• 1 Corintios 15,28: "Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo."
Según Salmos 110,1 el que somete al Mesías todas las cosas es Yahveh. Por lo tanto el Hijo se somete a Yahveh. Esto implica que el Hijo no es Dios.

• Colosenses 1,16: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él"
Este texto dice que todas las cosas fueron hechas por medio de Cristo. Por lo tanto Cristo fue el último ser creado directamente por Dios.

• Apocalipsis 3,14: "Al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios."
Aquí Jesús dice que él fue el primer ser creado. Por lo tanto Jesús no es Dios.


Para refutar estos cuestionamientos, consideremos en primer lugar la cita del libro de los Proverbios. Lo que hemos dicho acerca del carácter gradual y progresivo de la revelación nos permite comprender el hecho de que en el Antiguo Testamento no haya una abierta revelación del misterio de Dios uno y trino sino nada más que indicios de dicho misterio, que sólo pueden ser apreciados como tales a la luz del Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento presenta a Dios como el misterio absoluto, que sin embargo se automanifiesta por medio de su "Palabra" y de su "Espíritu". La revelación del Nuevo Testamento nos permite identificar estas dos "mediaciones" con las personas divinas del Hijo y del Espíritu Santo, respectivamente.

La "Sabiduría" es otro de los atributos divinos que en algunos pasajes del Antiguo Testamente aparecen personificados, insinuando la doctrina de la Trinidad. Así ocurre por ejemplo en Proverbios 8,22. Sin embargo, no es correcto utilizar en forma anacrónica y acomodaticia este versículo como prueba decisiva de que el Hijo de Dios es una criatura. Con igual (falta de) derecho se podría usar otros dos versículos del mismo capítulo (Proverbios 8,24-25) para demostrar que el Hijo fue engendrado, no creado. El sentido literal de estos textos no se refiere a la procesión de la segunda persona de la Trinidad.

Pasando ahora a las citas del Nuevo Testamento, hacemos dos comentarios de orden general:

En primer lugar, los argumentos están basados en textos en los cuales Dios aparece como el Dios de Jesús. En este sentido, Jesús oraba a su Padre Dios.
La refutación de estos argumentos es relativamente simple si se toma en cuenta el dogma de la Encarnación. Las objeciones serían válidas si se refutara a monofisitas (herejes que negaban la naturaleza humana de Cristo y creían que Él tenía una sola naturaleza, la naturaleza divina).
Pero los católicos (y todos los verdaderos cristianos) creemos que Cristo es una sola persona (el Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad, persona divina) con dos naturalezas reales y completas, humana y divina, sin mezcla ni confusión, sin división ni separación (como dice la fórmula dogmática del Concilio de Calcedonia, del año 451).
Es decir que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En la Encarnación el Hijo se hace hombre sin dejar de ser Dios.
A la única persona que recibe los nombres de Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor etc. se le pueden aplicar tanto las propiedades que corresponden a su naturaleza divina como las que corresponden a su naturaleza humana. Esto se denomina en el lenguaje teológico "comunicación de idiomas" (hoy se podría hablar de "comunión de propiedades").
Por esto podemos decir por ejemplo que el hombre Jesús hizo milagros (algo que sólo Dios puede hacer) o que, en Cristo, Dios murió en la cruz (algo que sólo le puede pasar al hombre); también por esto podemos decir, con el Concilio de Éfeso (del año 431), que María es la Madre de Dios, puesto que es la Madre (según la generación humana) de Uno que es personalmente Dios.

Todo esto permite comprender que haya en el Nuevo Testamento algunos textos que aparentemente sugieren una subordinación del Hijo al Padre, mientras que otros manifiestan la igualdad del Padre y el Hijo. En unos casos se considera el punto de vista de la humanidad de Jesús y en otros casos se considera el punto de vista de su divinidad. Ambos enfoques son complementarios, no contradictorios.

En segundo lugar, el hecho de que las tres personas divinas posean en común todos los atributos de la divinidad y reciban una misma adoración y gloria no implica que ellas sean intercambiables, por así decir. De lo que hemos dicho sobre las relaciones de origen surge que hay un orden en la Trinidad: El Hijo procede del Padre por generación y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por espiración. Así pues, el Padre es la primera persona de la Trinidad, el Hijo la segunda y el Espíritu Santo la tercera. Según la fe cristiana, el don de Dios en la historia de la salvación viene del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo y conduce en el Espíritu Santo por Cristo al Padre.

Volviendo ahora a 1 Corintios 15,28, vemos que el Hijo sale del Padre y vuelve al Padre, pero vuelve trayendo consigo la humanidad redimida, habiendo cumplido su misión de reconciliar al mundo con Dios.

La herejía llamada "nestorianismo" (enseñada por Nestorio en el siglo V), supone la divisiòn de Jesús en dos sujetos o personas, una de naturaleza humana y otra de naturaleza divina. El dogma católico de la Encarnación establece que Jesucristo es una sola persona (divina) con dos naturalezas (humana y divina).

Además, los católicos creemos que la encarnación del Hijo de Dios no fue provisional. Él asumió la naturaleza humana para siempre. Jesucristo no sólo fue verdadero Dios y verdadero hombre durante su vida terrena sino que lo es también hoy. En su resurrección, Cristo no dejó de ser hombre; sigue siendo un hombre con cuerpo y alma, pero ahora es un hombre exaltado, que vive unido al Padre en el seno de la Trinidad. Ahora mismo Jesús, un hombre verdadero, reina glorificado en el abrazo del Padre, en la perfecta felicidad del cielo.


EL DOGMA TRINITARIO PERTENECE A LA DIVINA REVELACION.
Tercera objeción general:
Ningún texto de la Biblia enseña el dogma trinitario, de lo cual se deduce que éste es una mera invención humana.


Antes de responder la tercera objeción, queremos destacar que:

• El Hijo es verdaderamente un ser divino. Su esencia es la esencia divina y por lo tanto es Dios. La idea de un "ser divino distinto de Dios" es autocontradictoria.

• El Espíritu Santo es verdaderamente el Espíritu de Dios; entonces no puede ser una fuerza impersonal. Toda persona es espíritu y todo espíritu es persona. La idea de un "espíritu impersonal" es autocontradictoria.

• Para esta respuesta damos por aceptadas como verdades, la verdad de la Biblia en general y las de la unicidad de Dios y la divinidad del Padre en particular.

• Demostraremos con base en la Sagrada Escritura que Dios se manifiesta en la historia de salvación como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

• Concluiremos que Dios es en sí mismo Padre, Hijo y Espíritu Santo.


El Nuevo Testamento contiene bastantes fórmulas trinitarias. Nos basamos particularmente en dos de ellas:

• Mateo 28,19: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

• 2 Corintios 13,13: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros."

El primer texto que citamos es el final del Evangelio de Mateo. Cristo resucitado manda a sus discípulos ir por todo el mundo, predicar el evangelio a todos los pueblos y bautizarlos "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
Es inconcebible que en este final solemne, en esta fórmula que enseguida empezó a ser utilizada en la liturgia bautismal, se haya asociado a Dios con dos simples creaturas (como si dijéramos, en el nombre de Dios, de San Pedro y de San Pablo).
Es claro que esta fórmula bautismal ubica al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en el mismo nivel. Los tres (evidentemente distintos entre sí) pertenecen igualmente a la realidad de Dios.

El segundo texto que citamos es el final de 2 Corintios.
Este solemne saludo paulino es semejante al texto anterior, puesto que sitúa en un mismo nivel (dentro de la realidad de Dios) los dones de las tres personas divinas: Dios (el Padre), el Señor Jesucristo (Dios Hijo) y el Espíritu Santo. Destaco que esta hermosa oración a la Trinidad es rezada en cada Santa Misa por el celebrante.

Es cierto que en la Biblia no figura explícitamente que el Padre, el Hijo y el Espìritu Santo son un solo Dios. La cita que suelen aducir algunos grupos protestantes fundamentalistas (1 Juan 5,7-8) no corresponde al texto auténtico, puesto que la mención de la Trinidad proviene de una interpolación tardía.

Pero también es cierto que esa proposición está contenida implícitamente en la Biblia. Hemos visto ya que en la revelación bíblica aparecen tres "personas" vinculadas a la realidad de Dios. No cabe ninguna duda de que el Padre es Dios. Probaremos ahora a partir del Nuevo Testamento que el Hijo es Dios y más adelante que el Espíritu Santo es Dios.

Con respecto a la divinidad de Jesucristo, hay muchas formas de mostrar que está implícita en todo el Nuevo Testamento:

Un enfoque muy eficiente, que no es necesario desarrollar aquí, surge de considerar que la resurrección de Jesús confirmó con testimonio divino su pretensión, corroborada también por sus obras y palabras, de ser el portador absoluto de la salvación (o "Reino de Dios") y de ser igual a Dios.

Otro enfoque importante es el centrado en los milagros de Jesús: También éstos proporcionan una perspectiva privilegiada para reconocer su divinidad.

Seguiremos el camino de la prueba escriturística directa: Si la Biblia enseña siempre la verdad y si enseña que el Hijo es Dios, entonces verdaderamente el Hijo es Dios.

Para no extendernos demasiado, mencionaremos sólo siete textos que explicitan claramente que el Hijo es Dios:

• Juan 1,1: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios."

• Juan 20,28: "Tomás le contestó: `Señor mío y Dios mío´."

• Romanos 9,5: "y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén."

• Filipenses 2,5-11: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre."

• Tito 2,13: "aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo".

• Hebreos 1,8: "Pero del Hijo: `Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos´"

• Apocalipsis 1,8: "Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir´, el Todopoderoso."


Estas evidencias frecuentemente son cuestionadas como sigue:

Ninguno de esos siete textos prueba que el Hijo sea Dios.

• (Juan 1,1): "la Palabra era Dios" es una mala traducción. La traducción correcta es "la Palabra era divina" o "la Palabra era un ser divino".

(Juan 20,28): "Señor mío" se refiere a Jesús y "Dios mío" se refiere a Dios (el Padre).

(Romanos 9,5): "Dios bendito por los siglos" no se refiere a Cristo, sino a Dios (el Padre).

(Filipenses 2,5-11): Este texto dice que Jesús tenía "forma" de Dios, no que fuera Dios.

(Tito 2,13): La expresión "del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" es una mala traducción. La traducción correcta, según Pablo Bessom, es: "del gran Dios y del Salvador nuestro, Jesucristo". Hay aquí (como en Tito 1,4 y otros textos bíblicos) una distinción entre "Dios" y "el Salvador".

(Hebreos 1,8): La expresión "Tu trono, ¡oh Dios!" es una mala traducción.
La traducción correcta, según Wescott, es "Tu trono está en Dios". Hay aquí (como en Hebreos 1,9 y otros textos bíblicos) una distinción entre "Dios" y "el Hijo".

(Apocalipsis 1,8): Quien habla aquí no es Jesús sino, como dice el mismo texto, "el Señor Dios" (Yahveh, es decir el Padre).


Refutación de estos últimos argumentos:

En tres de los siete casos se propone una nueva traducción y en los restantes cuatro casos una nueva interpretación del texto sagrado.

En lo que respecta a las traducciones, hay un amplio consenso entre los expertos acerca de que varias sectas han introducido numerosas adulteraciones y tergiversaciones del texto bíblico, para tratar de ocultar las discordancias entre éste y las doctrinas sectarias.

Nos concentraremos en un problema de traducción (el texto de Juan 1, la afirmación más directa de la divinidad del Hijo) y un problema de exégesis (el texto de Filipenses, el más expresivo acerca de nuestro tema). Estos dos textos bastan y sobran para probar la divinidad del Hijo.

Veamos primero Filipenses 2,5-11. Este texto magnífico, que sintetiza todo el misterio de Cristo, contiene un himno que muy probablemente es anterior a la obra escrita de San Pablo. Aquí se enuncian claramente, además de la preexistencia y la encarnación del Hijo, las siguientes afirmaciones:

1) Que Cristo es de condición divina (es decir, que es Dios).

2) Que Cristo es igual a Dios (el Padre); por lo tanto Cristo es Dios como el Padre (no otro Dios sino el mismo Dios).

3) Que Dios (el Padre) concedió a Cristo "el Nombre que está sobre todo nombre" (el santo e inefable nombre de Dios); por ende, Cristo es Dios.

4) Que toda rodilla se debe doblar ante Cristo y toda lengua debe confesar que Él es el Señor (Dios). Las alusiones a Isaías 45,23 ("toda rodilla se doble", "y toda lengua confiese"), donde lo mismo se dice de Yahveh), subrayan aún más el carácter divino (de por sí evidente en este contexto) del título "Señor".


En oposición al dogma trinitario se sostiene que:

Los textos citados prueban que Jesucristo tiene naturaleza divina, pero no que es Dios. Según 2 Pedro 1,4, cuando nosotros aprendemos de Dios también nos hacemos "partícipes de la naturaleza divina". Si nosotros, que no somos Dios, tenemos naturaleza divina, el hecho de que Jesús tenga naturaleza divina no prueba que sea Dios.

Si Jesús era igual a Dios, entonces ¿por qué dice el texto bíblico que su forma de Dios no era algo de lo quisiera apoderarse? Si Jesús era Dios, entonces nunca siquiera debió querer serlo, porque ya lo era.

Filipenses 2,9 dice "Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre". Si Jesús es Dios, entonces ¿por qué necesita que lo exalten? Dios lo exaltó, pero por debajo de Sí mismo. Aunque Dios dio a Jesús un nombre que está sobre todo otro nombre, no se dice que este nombre esté sobre el nombre de Dios.

Todos los títulos aplicados por la Biblia a Jesucristo también se aplican a otras personas que no son Dios. Por ejemplo, a Nabucodonosor se le llamó "rey de reyes" (Daniel 2,37) y aunque este título es muy importante, Nabucodonosor no es Dios. Lo mismo vale para el título "Señor".

Según los eruditos, la traducción correcta de Juan 1,1 es: "En el principio era la Palabra y la Palabra era hacia el Dios y la Palabra era un ser divino".

El "Dios" con quien está la Palabra es "tòn Theón" ("el Dios", con artículo).

El "dios" que es la Palabra es "theòs" ("dios", sin artículo).

Como este último "theòs" no tiene artículo determinado, entonces resulta que el "Logos" (la Palabra) no es "Theòs", sino que tiene cualidades de "theòs". Es un ser divino, pero no es Dios.


Reiteramos que ser de naturaleza divina es ser Dios:

2 Pedro 1,4 y la subsiguiente teología cristiana utilizan el concepto de "participación" en el sentido preciso que este término tenía en la antigua filosofía griega. Por ello es necesario distinguir entre "ser" de naturaleza divina y "participar" de la naturaleza divina. Ser de naturaleza divina es idéntico a ser Dios. En cambio, decir que el cristiano "participa" de la naturaleza divina significa que, por un don libérrimo y gratuito de Dios, de un modo oculto ya en la tierra y de un modo manifiesto en el cielo, él puede conocer y amar como Dios conoce y ama, sin dejar de ser una creatura de Dios. En la óptica cristiana (muy distinta de la panteísta) la unión mística del ser humano con Dios no anula la infinita diferencia existente entre ambos.
Filipenses 2,6 dice que Cristo, "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios". Es decir que, a pesar de ser de naturaleza divina (o sea, de ser Dios), el Hijo renunció a manifestar visiblemente su igualdad con Dios al asumir la naturaleza humana en la Encarnación.

Filipenses 2,9 obviamente no dice que el Nombre de Jesús está sobre el Nombre de Dios. Esto sería totalmente absurdo. Lo que dice es que Dios "le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre". Es evidente que este Nombre es el Nombre de Dios, no un nombre por encima del Nombre de Dios. Decir que "el Nombre que está sobre todo nombre" está debajo del nombre de Dios, es exactamente lo contrario de lo que dice el texto bíblico.

No podemos admitir que la tesis sobre otra traducción de Juan 1,1 se apoye en la autoridad de "los eruditos".
La inmensa mayoría de los eruditos, a lo largo de dos milenios, a pesar de sus diversas tendencias religiosas y filosóficas, ha apoyado la traducción tradicional, que es una clara afirmación de la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios Padre.

Nuestro versículo no presenta ningún problema de crítica textual, por lo cual cualquier discusión se reduce estrictamente a un simple problema de traducción.

El texto original griego de todo el capítulo 1 de Juan se puede consultar en:

http://www-users.cs.york.ac.uk/~fisher/cgi-bin/gnt?id=0401

Entre los miles de manuscritos antiguos del Nuevo Testamento que se conservan no figura ninguna variante del texto griego de Juan 1,1. Esto se puede comprobar en cualquier buscador de Internet utilizando las palabras clave "Greek New Testament Critical Edition" u otras semejantes, lo cual da como resultado un material abundantísimo.

Con todo refutamos la tesis sobre la traducción del texto original.
Mostraremos que otras traducciones, del prólogo del Evangelio de Juan, no son coherentes con esa tesis;

• dando un argumento de tipo histórico-teológico; y

• consultando a un experto en griego bíblico.

Consideremos la coherencia interna de la tesis. Es importante notar que dentro del mismo prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) se nombra a Dios sin artículo otras cuatro veces (1):

• 1,6: "Hubo un hombre, enviado de Dios, de nombre Juan": "ápestalménos parà Theoû".

• 1,12: "A los que lo recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios": "tékna Theoû genésthai".

• 1,13: "Sino de Dios, son nacidos": "ek Theoû égennéthesan".

• 1,18: "A Dios nadie lo vio nunca": "Theòn oúdeìs èóraken pópote".

Ahora bien, las ediciones- del Nuevo Testamento- de sectas que propician esa tesis, emplean en estas cuatro ocasiones la palabra "Dios", lo cual es correcto pero incompatible con la tesis. Es evidente que el empleo del principio de traducción, es una invención ad hoc para acomodar el texto de Juan 1,1 a otras doctrinas.

Consideremos ahora un segundo argumento. El prólogo del Evangelio de Juan termina en Juan 1,18: "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado." Sin embargo en la tradición de los manuscritos antiguos existe una variante: En algunos manuscritos se lee "un Dios Hijo único" en lugar de "el Hijo único". Pues he aquí que el texto griego que indiqué concuerda con esa versión minoritaria: Allí se lee, en el versículo 18, "monogenès Theòs".
Los dos textos expresan con distintas palabras una de las creencias básicas de la comunidad cristiana primitiva.

Consideremos finalmente la opinión de un Doctor en Sagrada Escritura. Demuestra la falsedad de la traducción de Juan 1. 1 que aprueban algunos supuestos eruditos (2).

En conclusión: Si bien es cierto que por lo común la palabra "Theòs" en el Nuevo Testamento designa al Padre, es también claro que Juan 1,1 es una de las excepciones. Evidentemente Juan 1,1 no puede significar que el Hijo es el Padre, sino que el Hijo es Dios como el Padre (un mismo Dios, no un segundo Dios).

No es como en Salmo 82, 6, en el cual el salmista equipara a los príncipes y jueces de Israel con los miembros de la corte celestial, y en este contexto, en la Palabra de Dios: “¡Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!” ‘Mas ahora, como el hombre moriréis, como uno solo caeréis, príncipes’.
El texto de Juan 1,1, identifica, de la manera más formal posible, a la Palabra (el Hijo) con Dios.

Ahora, sobre la divinidad del Espíritu Santo, decimos que:

• Su divinidad se manifiesta, por ejemplo, en 1 Corintios 2,10: "el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (esto es algo que sólo Dios puede hacer).

• Su personalidad se manifiesta en Hechos 15,28: "Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables" (los entes impersonales no pueden tomar decisiones).

• Él es el "otro Paráclito" enviado por el Padre (cf. Juan 14,16). Si el primer Paráclito (el Hijo) es una persona divina, como está demostrado, el segundo también lo es.

En conclusión:
Dios se manifiesta en la historia de salvación como Padre, Hijo y Espíritu Santo (tres personas divinas y un solo Dios vivo y verdadero). Esto implica necesariamente que Dios es en Sí mismo Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque de lo contrario no habría verdadera autorrevelación y autocomunicación de Dios al hombre.
Inversamente, si Dios, que es eternamente Padre, Hijo y Espíritu Santo, decide libremente manifestarse en la historia, necesariamente debe manifestarse como lo que Él es en Sí mismo: El Dios unitrino.

El dogma de la Santísima Trinidad pertenece a la revelación de Dios en Cristo. Si alguien no cree en la Trinidad (ni en la Encarnación) no es cristiano.

Daniel Iglesias Grézes


Notas:

1) Por razones prácticas citamos el texto griego en caracteres latinos. Los lectores pueden cotejar estas citas con el verdadero texto griego (en caracteres griegos) en el sitio indicado más arriba.

2) Reproducimos una nota del Pbro. Dr. Miguel A. Barriola, de fecha 27/02/2003:


Algunos grupos sectarios, lo único que persiguen es mantener, cueste lo que cueste, sus propios modos de interpretar. En anteriores presentaciones de "su" Biblia traducían "La Palabra era «un» Dios”, con tal de escapar a la versión más obvia: "era Dios".

Querían fundamentarla científicamente, basados en el (supuesto) uso de la lengua griega. Al faltar el artículo para el sustantivo "Theós" (cosa que no acontecía en la primera vez: "prós ton Theón" (el Verbo se dirigía hacia el Dios), interpretan esa omisión como una variación en el segundo empleo del término (Theós).

Ahora, en esta nueva traducción llegan a adjetivizar un claro sustantivo en el texto original (la Palabra era divina).

Pero el hecho es que el Lógos no es llamado "théios" (= divino), con un adjetivo, ni "Théos tis" (=un dios), en sentido helenístico, sino: Dios, simplemente, un sustantivo.

Se ha de aclarar que el predicado, por lo general, no va acompañado de artículo. Si se dice: "Simón es pescador", se quiere expresar que el sujeto pertenece a la categoría de los que ejercen ese oficio. Él no lo agota ni acapara. En cambio, si se desea dar énfasis, expresando, por ejemplo: "Juan es ho Theólogos" (= "el" teólogo), el atributo articulado indica algo especial, descollante en el género. Se trata de un "teólogo por excelencia".
Así la pregunta de Pilato: "¿tú eres rey? (Jn 18,37) está indagando sobre la condición que Jesús diría compartir con otros monarcas. En cambio, en Jn 19,19: "Jesús ho nazaráios, ho basiléus ton ioudáion" (= el nazareno, el rey de los judíos), los artículos que preceden a los atributos están señalando que se trata de un personaje bien determinado y único.

En el mismo Prólogo tenemos un atributo con artículo, pero que, justamente destaca la singularidad total, fuera de serie, inigualable del sujeto al que se le endosa: (1, 9): Én tó fós tó alethinón (“era la luz, la verdadera”); no cualquier tipo de luz, sino la única auténtica. (Por otra parte, en igual sentido, sólo que con una negación, el v. 8° había descartado que el Bautista fuera “la” luz).

En 1, 1, la omisión del artículo ante el sustantivo "Theós", por consiguiente, quiere decir que la Palabra pertenece a la categoría de Dios, es Dios. Lo cual, evidentemente no hay que entenderlo al modo de "género - individuo", porque otros lugares bíblicos aportan las precisiones sobre el único Dios, con el cual, sin embargo, se identifican tres personas distintas, que ni lo dividen ni lo multiplican en un politeísmo.

El mismo contexto se opone a comprender "Theós" sin artículo bajo una luz diferente, pues, según un procedimiento muy semítico, la segunda y tercera proposiciones del versículo comienzan por la palabra última de la frase precedente:

"En el principio era el Lógos

y el Lógos estaba dirigido a Dios

y Dios (atributo) era el Lógos".

Esa repetición de la palabra final implica la utilización del mismo sentido las dos veces.
De lo contrario el autor (sin avisar nada de cambios de sentido a su lector) sembraría la confusión.